domingo, 26 de julio de 2009

La batalla de los elefantes.

Podía haber sido la tarde de ayer mismo. Él ultimaba los detalles forrando las bolas de poliespán con un spray para que se quedaran irregulares y pareciesen piedras de verdad. Ella le miraba y trataba de resultar necesaria, de echar una mano en lo que fuera. Se había cargado su camiseta favorita, de París, por culpa del dichoso spray, pero eso en aquel momento era un hecho desdeñosamente nimio. Cuando los demás ya habían comenzado en esa edad a tantear cómo es todo lo de ahí afuera, cómo serían las ventajas e inconvenientes del futuro, ella vivía en un estado de imbecilidad transitoria tratando de amoldarse a los patrones de los libros y poemas, el elemento básico que conformaba su vida por aquel entonces. Había Garcilaso y Luar na Lubre; había leyendas griegas y celtas, Cernuda, amor cortés y conciertos de Bach. Y había, cómo no, el descubrir la novedad de sentirse partícipe en la reconstrucción de las hazañas épicas de sus antepasados, con él... se ocupó de elegirlo bien: tenía que resultar imposible por completo para que tuviera todo su encanto; para que las lágrimas, más teatrales que una columna de cartón piedra, resultaran lo más hermoso de todo. La representación de aquel año tuvo que suspenderse, y los elefantes, las piedras y los "actores" se vieron obligados a actuar al día siguiente, deslucidos por la tromba procedente del cielo, que decidió caer sobre sus cabezas precisamente durante aquella jornada.
Podía haber sido la noche de ayer mismo. Una adolescente trasnochada que había decidido trasladar su adolescencia inexistente a una edad en la que se suponía que había dejado esas gamberradas mucho tiempo atrás, contemplaba embelesada a sus tres admirados vividores, cuyo rodaje esperaba poder acumular en no demasiado tiempo (los ánimos estaban altos, la ignorancia era mucha y, lo que es peor, la necesidad todavía más). Pero, sobre todo, allí estaba él, él que dio sentido no sólo a aquel verano, sino a toda su existencia durante los cursos siguientes, puesto que fue su imagen la que le dictó cuentos, dibujos e, incluso, buena parte de alguna novela. La misma imagen que hacía que poco importasen las preocupaciones y el hastío de la rutina si le daba por aparecer a la vuelta de algún pasillo. Había que recuperar el tiempo perdido a toda costa; por fin se había dado cuenta de lo realmente importante en esta vida y había que currárselo, había que buscar para encontrar. Ya estaba harta de torres de marfil y de vivir sólo en un espacio que, creado a partir de palabras y notas musicales, no existía realmente; los efectos prácticos imponían su dominio. Fue un gran verano lleno de macarreo, música heavy y montañas rusas emocionales. Pero sobre todo fue grande por los cambios que a partir de él se sucedieron, si bien no todo lo rápido que ella hubiera querido.
Este año volvía a tocar representar la batalla de los elefantes. De nuevo este año no pudo realizarse, por una serie de motivos diferentes a la vez anterior. Hace mucho que ella se recuerda con desdeñosa simpatía en aquella primera batalla. La otra noche estuvo de nuevo con los tres mosqueteros, aunque él ya no siguiera siendo él, aunque nada pudiera ser igual después de todo lo que ella había vivido en los últimos meses. Volvió a escuchar con afecto la enésima versión de sus correrías legendarias, presenció con cierta pena cómo iban decayendo víctimas del alcohol y del peso de su experiencia. Pero desde la distancia, siempre desde la distancia del que ya no espera nada (al final van a tener razón estos malditos estoicos). Y es entonces cuando ellos le concedieron toda la atención por la que suspiraba cuando perdía el culo por un simple comentario suyo. Y no podía evitar una sonrisa indulgente recordando a aquella chica, al fin y al cabo no tan lejana. Y la sonrisa no se volvía tan indulgente al comprobar la voracidad de un nuevo cumpleaños tras otro, de los recovecos por los que se enredaba la vida sin ni siquiera darse cuenta.

miércoles, 22 de julio de 2009

La chambre bleue.





























Aparte del siniestro cuento que me inspiró (lo puedo pasar a quien le interese), la terrorífica estancia donde tuve el privilegio de dormir una nohe de mi tournée francesa también dio para unas cuantas fotos gamberras. La verdad es que no le hacen justicia, hay que cambiar mentalmente el flash por una luz tipo Los Otros, apta para fotofóbicos, el olor a muebles viejos y el rechinar de suelos y alfombras... añado también algunas fotillos más para darle algo de ambiente. Desde luego, si alguien está pensando en organizar una partida de roll, ouija o similares y no le importa que el lugar pille un poco apartado, es el sitio ideal: un antiguo molino reconvertido en habitaciones, pero conservando el mobiliario (con siniestro album de fotos de antepasados y todo)... terrorífico y fascinante a la vez. Si una noche en blanco vale un cuento, no podía merecer más la pena.

sábado, 11 de julio de 2009

Ya estamos todos.

Qué distinta suena la misma música en dos lugares diferentes. Da igual que sea el gamberreo de The Creepshow o mi nunca suficientemente idolatrada Sonata. Han sido muchas semanas de correteo por las praderitas transformadas en secarrales de la Casa de Campo como para que las canciones recuperen ahora su sentido, entre los álamos del río, los riscos y la querida cuesta del Castillo. Todavía no he podido subir a Numancia, y por eso es todo aún más raro. Es como si hubiera caído aquí en medio cuando todo el mundo se halla inmerso ya en el Verano. Todo vuelven a ser paletines y montones de tierra por dentro de los calcetines, y yo todavía no me he enterado. Todo vuelve a ser campos infinitos, cielos inmensos y hierbajos; sólo hay que preocuparse por cavar y limpiar las piedraso, en mi caso, por que el barro quede bien centrado en el torno para elevarlo como si se recitase un conjuro. Se comparte todo: el sudor, las risas, los momentos de muerte intensa por culpa de la resaca... y no hay nada más. Es de las escasísimas veces en las que uno puede pensar, como diría el maestro Guillén, que el mundo está bien hecho.