Música, más música.
Música que tape en su estridencia
el clamor de las últimas heridas,
el clamor de la última derrota.
Un pie en el vacío que se extiende hasta los últimos confines
tras el polvo y la batalla.
Otro asido por las garras de cadáveres de sueños
engañados por recuerdos,
que creyeron ser reales,
imbatibles.
Clama la fosa abierta y su estertor es dulce,
hipnotiza al aire
me hipnotiza por dentro.
Me hace hincar la lanza en tierra, jurar
con alarido firme que será
el último poema que te escriba
(cuando ni siquiera yo
me lo creo).
Y me río
de mi armadura tomada de orín,
con las piezas cada una diferente,
abolladas una
y mil veces.
Ruido, sólo me queda el ruido que rellene
con su explosión de zarzas lo que es nada,
con sus luces fatuas lo que es nada,
con su espinosa carcajada eterna lo que es nada.