Me inquieta limpiar el polvo la última vez. Es como si con él se confirmara oficialmente el desvanecimiento de tantas cosas. Dejo que los recuerdos se me amontonen, son un veneno dulce que acentúa aún más mi sopor en esta tarde densa y pegajosa, en la que me siento atrapada como una mosca moviendo torpemente las patitas dentro de una gota de resina. Acuden las imágenes, no las sensaciones. Es difícil, las más desgastadas pertenecen a un invierno muy remoto del que el calor parece estarse burlando cuando trato de que vuelva a mí. Recuerdo las horas turbias de penumbra, tan añoradas, en cuyo silencio sólo se oía cerrarse la puerta de la entrada. Fueron horas agridulces, como la práctica totalidad del curso. Había amargura en ellas, melancolía por supuesto; pero también había algo más, la sensación de estar viviendo, el intento por apurar hasta el fondo los besos traicioneros de la realidad. Y eso, la sed de aventuras de desacompasada adolescencia, se imponía sobre todo lo demás. La turbiedad quedaba muy bien oculta de cara a la galería con el barniz de lo que realmente me gusta. Puesto a tener que ocultar todo lo demás, darle una adecuada envoltura hacia el exterior y hacia mi propia mente para no volverme loca, es ésta la mejor elección. He sido realmente feliz entre apuntes como hacía tiempo que no lo era. Me he reconciliado en parte con la soledad aunque los fantasmas, al fin y al cabo, sigan siendo los mismos. En realidad no hay verdaderos deseos de desprenderse de ellos, a la vista del páramo desierto y desolador que es el verano inmediato. Sé que debería deshacerme de ellos, que no es sano, pero en realidad no sé cuál de las dos cosas me está matando más. Echo una nueva -eterna- mirada al cuarto de estar, buscando como siempre un resorte que no encuentro. Una vez más, se me olvida que el espacio se escurre con el tiempo. El polvo queda suspendido y con él se desintegran en el aire tantos ruidos, tantos cosquilleos de euforia... la gente que tan importante ha sido se desvanece en el pesar por lo perdido como sombras.
lunes, 5 de julio de 2010
...et in pulvere.
Me inquieta limpiar el polvo la última vez. Es como si con él se confirmara oficialmente el desvanecimiento de tantas cosas. Dejo que los recuerdos se me amontonen, son un veneno dulce que acentúa aún más mi sopor en esta tarde densa y pegajosa, en la que me siento atrapada como una mosca moviendo torpemente las patitas dentro de una gota de resina. Acuden las imágenes, no las sensaciones. Es difícil, las más desgastadas pertenecen a un invierno muy remoto del que el calor parece estarse burlando cuando trato de que vuelva a mí. Recuerdo las horas turbias de penumbra, tan añoradas, en cuyo silencio sólo se oía cerrarse la puerta de la entrada. Fueron horas agridulces, como la práctica totalidad del curso. Había amargura en ellas, melancolía por supuesto; pero también había algo más, la sensación de estar viviendo, el intento por apurar hasta el fondo los besos traicioneros de la realidad. Y eso, la sed de aventuras de desacompasada adolescencia, se imponía sobre todo lo demás. La turbiedad quedaba muy bien oculta de cara a la galería con el barniz de lo que realmente me gusta. Puesto a tener que ocultar todo lo demás, darle una adecuada envoltura hacia el exterior y hacia mi propia mente para no volverme loca, es ésta la mejor elección. He sido realmente feliz entre apuntes como hacía tiempo que no lo era. Me he reconciliado en parte con la soledad aunque los fantasmas, al fin y al cabo, sigan siendo los mismos. En realidad no hay verdaderos deseos de desprenderse de ellos, a la vista del páramo desierto y desolador que es el verano inmediato. Sé que debería deshacerme de ellos, que no es sano, pero en realidad no sé cuál de las dos cosas me está matando más. Echo una nueva -eterna- mirada al cuarto de estar, buscando como siempre un resorte que no encuentro. Una vez más, se me olvida que el espacio se escurre con el tiempo. El polvo queda suspendido y con él se desintegran en el aire tantos ruidos, tantos cosquilleos de euforia... la gente que tan importante ha sido se desvanece en el pesar por lo perdido como sombras.
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