-¿Que pintemos un mural?
-Un mural, sí. En grupos. He traído varias postales de Chagall.
Y así empezó todo, en una clase de plástica de secundaria.
Ahora vuelvo a estar frente a un azul de Chagall. Porque Chagall, en su sabiduría omnicromática, es dueño y señor de los azules. Bueno, quizás también de los rojos, viendo el circo de ese color que está un poco más allá.
París. Entre dos orillas. Se titula el cuadro. París con un dejo de angustia, aunque el cuadro sea azul. Lo que más me fascina de Chagall es su capacidad para hacer que sea imposible percibir la totalidad de los detalles en cualquiera de sus cuadros. Como un ser vivo, se transforman al ser vistos. Lo que parecían lineas, vagos contornos en la densidad onírica de su atmósfera, acaban siendo pequeñas figuras, casitas, planetas. Mundos dentro de otros mundos, y así hasta el infinito.
Decía Matisse que el objetivo de su pintura era servir de descanso visual y mental tras la dura jornada de trabajo del obrero. Una especie de sofá anímico. Chagall provoca en mí ese efecto, como una zambullida. Hay un detalle en la parte inferior del cuadro, un simple puente con siluetas de árboles muy desdibujadas -ni se aprecia al alejarse un poco- que, no sé por qué, me llena de tranquilidad. Tal vez sea el horizonte en el campo de alguno de mis días. No lo sé, porque ahí está París ocupando el primer plano. Dan hasta ganas de irse al París que pinta Chagall. Intento que permanezca así en mi mente el azul del Sena, el azul de los Campos Elíseos, el azul de Notre Dame. Los recito en la cabeza como un mantra para cuando París sea el París de verdad y no el de Chagall. Para cuando intente distinguir en su cielo gallos, lunas, gárgolas, cabritas. Y amantes, discurriendo por la pintura como el Sena. Amante que me va a faltar cuando esté allí. Que me faltará su mano, su calor, sus caricias, su presencia, su luz. Su luz que ahora no escribo. Será tan grande la oscuridad cuando ella falte que trataré torpemente de hacerla volver a mí con palabras, frías. Miles de nimiedades que, por próximas y alcanzables, pasan ahora desapercibidas a mi razón, allí crecerán angustiosamente, y trataré de ahogarlas con una hoja de papel.
Me dicen que es hermoso estar triste en París. Las cabritas de Chagall nunca están tristes, Chagall fue feliz allí. Yo estaré triste y volveré, y conmigo mis tristezas que, quieran los dioses, acaben flotando azules, pequeñitas y juguetonas, en un cuadro de Chagall.
Verás que París es una ciudad maravillosa, que te devuelve todo lo que le das. Dale luz, y espera... te va a deslumbrar. De todas formas ya sabes que aquí la menda subirá a devolverte la visita, y traerte alegría!!
ResponderEliminarPD- Me encantó la exposición, me encantó París, y me encanta tu post! me das permiso para que lo difunda? muak!
claro que no me importa! aunque está un poco sobre la marcha... me encantará que me visites, va a ser un revival guay! :D
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