sábado, 20 de junio de 2009

Gris

Un alba grisácea se
arrastra enre las
rendijas de la
persiana,
y todo pesa y es oscuro,
como un templo
polvoriento.
Se perfila
tu silueta, apenas una línea
sumergida entre las sombras.
Una larga horizontal con ángulos
aristados,
firmes, sin concesiones
perdiéndose hacia el horizonte.
Y el latir del corazón junto al oído.
Te tengo tan cerca
que mis ojos no aciertan
a verte,
sólida sombra de ángulos afilados
que respira constante,
pausada.
Tenues
olas en el mar
de la sombra.
Sin embargo, el polvo grisáceo de
siglos de amaneceres
sin sueños
cae a plomo sobre mí, sobre ese punto de adentro
refugio del péndulo de la angustia.
Tenaza de unos brazos que te abarcan,
que se aferran a tu cuerpo
sin poder alcanzarte;
de que repiras junto a mí, lío
de cuerpos entre sábanas
abrazadas,
sin poder tenerte.
Qué lejos, qué lejos estás ahora, entre el humo
gris
indeciso y vago.
Cómo ahoga la impotencia, gris
entre gris,
hasta volver insensible al cerebro.
Diafragma,
sólo diafragma atenazado.
Te abrazo con doble lazo
y no consigo abarcarte;
mi boca llama a tu piel,
territorio
ahora de sueños lechosos que se cuelan
como nubecillas
en la mente,
y que nadie recordará,
pero harán
sentir
su sombra.
No hay tonos de alarma posibles
para despertar
en esta hora de la
angustia,
que anuncia,
callada y sorda,
que no será mucho mejor
el exhausto amanecer.
Te me escapas,
arena grisácea entre los
dedos
a la hora de la sombra.
Te me escapas en un aura
de reposo
y me dejas,
a solas con mi angustia
planeando
en la otra esquina.

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