jueves, 26 de noviembre de 2009
Porvenir
Y vuelvo a situarme
en el átomo que hay
entre el fulgor y la nube,
entre la llama y el hielo,
entre el amor y el odio.
Cómo me dueles a veces
y mi dolor se hace muro
hostil ante tu imagen.
Me hieres, tiras esquirlas,
metralla que se acumula
tóxica, metal pesado.
La indiferencia es una elección
fácil, tendrás tus razones.
Más fácil desde luego
que curtirse al aire helado.
Asumir
a costa de una capa calcárea
más,
y la coraza no deja moverse.
Un nuevo hoyo, un hueco oscuro
que perderé de vista en la distancia.
Sin retorno, sin volverse
acogedme, manos de la hipótesis
de lo que tal vez sea.
Tapadme los ojos, cubridme la boca,
que sólo vea entre penumbra
el cosquilleo titilante
de esperar lo desconocido.
Porque el regalo antes de abrirse
es, con mucho, el más valioso.
Pues colma el vacío del espacio
con todas las cosas del mundo.
domingo, 15 de noviembre de 2009
Pulvis et umbra.
“Yo don Miguel Mañara, ceniza y polvo, pecador desdichado, pues
los más de mis malogrados días ofendí a la Majestad Altísima de
Dios, mi Padre, cuya criatura y esclavo me confieso. Serví a Babilonia
y al demonio, su príncipe, con mil abominaciones soberbias,
adulterios, juramentos, escándalos y latrocinios; cuyos pecados y
maldades no tiene número y solo la gran sabiduría de Dios puede
enumerarlos, y su infinita paciencia sufrirlos y su infinita misericordia
perdonarlos: ¡Ay de mí! ¡quien se cayera muerto antes de acabar
estos renglones; y pues van bañados con mis lágrimas fueran acompañados
por el postrer de mi vida …”.
Son las seis y media de la tarde, pero las sombras se alargan en el patio y en el zaguán de entrada. No podía irme de Sevilla sin ver esto. No hay muchas puertas abiertas, ni apenas gente. La primera sala, muros gruesos y blancos contra los que rebota la luz artificial. Partículas de olor a convento atrapadas en los paños negros de la mesa -casi un altar-, en la cruz, en la Biblia. Desde el frente lo contempla el rostro complacido de Miguel de Mañara, que observa pálido entre las tinieblas de óleo. A su derecha, la expresión cínica del niño que lo acompaña da mucho miedo. Más óleos densos y opacos se comen el muro, se abren como bocas de una caverna, y hay que pegar la nariz al cristal del armario (también forrado de paño negro) para adivinar la cubierta de los libros, de la pluma, del vaciado de la máscara mortuoria. Luz de bombilla mortecina repta por las paredes encaladas, y hace que el desparrame contorsionado del retablo de la capilla dé una impresión parecida a la de ver un grito en absoluto silencio. Hace más pequeño el espacio, lo aprisiona y lo llena de una desangelada domesticidad. Sin saber por qué, acuden recuerdos de iglesias en Jueves Santo, monumentos velados en pequeños agujeros de luz durante toda la noche. Y lo que yo buscaba está ahí enfrente, en lo alto. Mi cuadro, la Muerte que carga con el féretro y la guadaña mientras que sonríe recordando In Ictu Oculi, mortal, en un solo parpadeo, visto y no visto, ya está. Emerge de las tinieblas triunfante sobre todas las vanidades desparramadas a sus pies, humilla la inquietud humana que se pasa la vida buscándolas, cuando es Ella quien espera detrás. Finis Gloriae Mundi, hasta aquí hemos llegado. La nobleza o la sacralidad de la condición no impide la descomposición dentro del ataúd, para ser pesados como una vulgar alma más, para acabar siendo unos despojos más, anónimos, en un osario olvidado.
Pero hay en la representación de los cadáveres, en la satisfacción de la calavera, una fascinación morbosa que va más allá del propósito moral. Ese recrearse en la palidez, en el brillo de la corrupción, en el esplendor de la decadencia... un morbo que, desde luego, no difiere mucho del suscitado por el erotismo. Me resulta fácil imaginar (tirando de literatura barata y pasando de polémicas historiográficas) a nuestro personaje, enclaustrado en estos muros, deambulando, recordando sus ilustres correrías del pasado. La punzada de arrepentimiento no es incompatible con la de la complacencia al hurgar en los entresijos más turbios de la memoria, sólo Dios y él lo saben. Y hay casi un acto de desafío en encargar el epitafio de su tumba:los más de mis malogrados días ofendí a la Majestad Altísima de
Dios, mi Padre, cuya criatura y esclavo me confieso. Serví a Babilonia
y al demonio, su príncipe, con mil abominaciones soberbias,
adulterios, juramentos, escándalos y latrocinios; cuyos pecados y
maldades no tiene número y solo la gran sabiduría de Dios puede
enumerarlos, y su infinita paciencia sufrirlos y su infinita misericordia
perdonarlos: ¡Ay de mí! ¡quien se cayera muerto antes de acabar
estos renglones; y pues van bañados con mis lágrimas fueran acompañados
por el postrer de mi vida …”.
Son las seis y media de la tarde, pero las sombras se alargan en el patio y en el zaguán de entrada. No podía irme de Sevilla sin ver esto. No hay muchas puertas abiertas, ni apenas gente. La primera sala, muros gruesos y blancos contra los que rebota la luz artificial. Partículas de olor a convento atrapadas en los paños negros de la mesa -casi un altar-, en la cruz, en la Biblia. Desde el frente lo contempla el rostro complacido de Miguel de Mañara, que observa pálido entre las tinieblas de óleo. A su derecha, la expresión cínica del niño que lo acompaña da mucho miedo. Más óleos densos y opacos se comen el muro, se abren como bocas de una caverna, y hay que pegar la nariz al cristal del armario (también forrado de paño negro) para adivinar la cubierta de los libros, de la pluma, del vaciado de la máscara mortuoria. Luz de bombilla mortecina repta por las paredes encaladas, y hace que el desparrame contorsionado del retablo de la capilla dé una impresión parecida a la de ver un grito en absoluto silencio. Hace más pequeño el espacio, lo aprisiona y lo llena de una desangelada domesticidad. Sin saber por qué, acuden recuerdos de iglesias en Jueves Santo, monumentos velados en pequeños agujeros de luz durante toda la noche. Y lo que yo buscaba está ahí enfrente, en lo alto. Mi cuadro, la Muerte que carga con el féretro y la guadaña mientras que sonríe recordando In Ictu Oculi, mortal, en un solo parpadeo, visto y no visto, ya está. Emerge de las tinieblas triunfante sobre todas las vanidades desparramadas a sus pies, humilla la inquietud humana que se pasa la vida buscándolas, cuando es Ella quien espera detrás. Finis Gloriae Mundi, hasta aquí hemos llegado. La nobleza o la sacralidad de la condición no impide la descomposición dentro del ataúd, para ser pesados como una vulgar alma más, para acabar siendo unos despojos más, anónimos, en un osario olvidado.
“Aquí yacen los huesos del peor hombre que ha habido en el mundo. Rueguen a Dios por él”
Y así pasa los días entre halagadores fantasmas. Hace mucho tiempo que decidió invertir sus riquezas materiales para que un puñado de santos varones se dediquen a redimir su alma; pero los recuerdos, la impronta de las sensaciones cobijadas en su mente, eso, jamás se lo podrán quitar. Y, sonriendo cínicamente, hace un guiño a Dios, que en su infinita sabiduría dispone que fascine eso mismo que también aterra. No teme al Infierno porque hace tiempo ya que es una sombra caminando entre sombras; porque sabe que, en la hora postrera, suplicará al ángel ajusticiador que haga leves todas sus culpas; que aunque deba rogar y arrodillarse, el Padre Celestial sabe tan bien como él que toda humillación es imposible, porque cuanto mayor es ésta mayor es también el burlesco desafío; porque Dios y él saben que podrá ser despojado de todo, pero no. Eso nunca se lo podrá quitar.
Y así pasa los días entre halagadores fantasmas. Hace mucho tiempo que decidió invertir sus riquezas materiales para que un puñado de santos varones se dediquen a redimir su alma; pero los recuerdos, la impronta de las sensaciones cobijadas en su mente, eso, jamás se lo podrán quitar. Y, sonriendo cínicamente, hace un guiño a Dios, que en su infinita sabiduría dispone que fascine eso mismo que también aterra. No teme al Infierno porque hace tiempo ya que es una sombra caminando entre sombras; porque sabe que, en la hora postrera, suplicará al ángel ajusticiador que haga leves todas sus culpas; que aunque deba rogar y arrodillarse, el Padre Celestial sabe tan bien como él que toda humillación es imposible, porque cuanto mayor es ésta mayor es también el burlesco desafío; porque Dios y él saben que podrá ser despojado de todo, pero no. Eso nunca se lo podrá quitar.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Errante
Voy, vengo, llego, me largo, parto, acudo...
y no porque mis pies sepan a dónde
lo sé yo.
Intenta guiarme un Norte que debe
saldar deudas
con una energía trasnochada
que fue encerrada en su día en una torre
de marfil.
-Pero si todo esto es muy hermoso.
-Sí, pero yo no quiero
belleza
yo lo que quiero es salir...
A veces se emociona con la idea
de un nuevo día
que empieza.
Pero otras, aunque la hora
de la noche
debería ser más angustiosa,
es al abrir los ojos
y renunciar
a los brazos del sueño
cuando la garra
a plomo
se apodera de ella.
La noche es, ahora,
el terreno de las locas
esperanzas,
de expectativas tan estériles
como infinitas.
Y si no, siempre quedarán
los besos
lentos
del sueño.
Todo, para acabar arrancando el velo
de la Conclusión Última
que se exhibe
descarnada,
impúdica,
irrefutable:
todo lo que hago y deshago,
agito y revuelvo
a lo largo del día,
sólo es para tratar
de que no
existas.
y no porque mis pies sepan a dónde
lo sé yo.
Intenta guiarme un Norte que debe
saldar deudas
con una energía trasnochada
que fue encerrada en su día en una torre
de marfil.
-Pero si todo esto es muy hermoso.
-Sí, pero yo no quiero
belleza
yo lo que quiero es salir...
A veces se emociona con la idea
de un nuevo día
que empieza.
Pero otras, aunque la hora
de la noche
debería ser más angustiosa,
es al abrir los ojos
y renunciar
a los brazos del sueño
cuando la garra
a plomo
se apodera de ella.
La noche es, ahora,
el terreno de las locas
esperanzas,
de expectativas tan estériles
como infinitas.
Y si no, siempre quedarán
los besos
lentos
del sueño.
Todo, para acabar arrancando el velo
de la Conclusión Última
que se exhibe
descarnada,
impúdica,
irrefutable:
todo lo que hago y deshago,
agito y revuelvo
a lo largo del día,
sólo es para tratar
de que no
existas.
domingo, 1 de noviembre de 2009
Darkness, more darkness.
y en este monte y líquida laguna,
para decir verdad como hombre honrado,
jamás me sucedió cosa ninguna.
(F. Lope de Vega: Rimas humanas y divinas de Tomé de Burguillos).
para decir verdad como hombre honrado,
jamás me sucedió cosa ninguna.
(F. Lope de Vega: Rimas humanas y divinas de Tomé de Burguillos).
Mi noche no es negra ni azul, ni siquiera es
oscura.
Esquinas planas de hormigón y luz
anaranjada,
sombras fugaces y sonidos turbios.
Ecos de versos arcaicos,
antorchas,
que tratan de resonar
en la sombra adulterada.
Luces de avión por estrellas fugaces.
La visión se multiplica, duele al tratar de salir, quiere
reventar paredes.
Pero es inútil, no soy capaz de entregarme
ni al hormigón ni a las estrellas.
Es inútil que me agites por dentro
como a una Ofelia de litros desquiciados y bombillas
de bajo consumo.
No voy a ser yo quien descubra, como otros tantos ya lo hicieron,
que este trance poseedor y entusiástico
conduce siempre a todo para acabar, sin excepción,
en nada.
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