miércoles, 5 de diciembre de 2012
Ilustración de Hay una araña en mi clavícula.
Ilustración inspirada en el poema Hay una araña en mi clavícula, de Sara Herrera Peralta, incluido en el excelente libro del mismo nombre :)
Hay una araña en mi clavícula.
Una araña grande que lo invade todo,
el mar y los huecos,
la tierra,
el apartamento.
Hay una araña en mi clavícula.
Y me cubre.
Y me protege.
Porque todas las madres
han sido miedo, amor, herida, lucha y
tierra.
Hay una araña en mi clavícula.
Porque todas las madres han sabido
cuánto pesa una muerte,
cuánto mide el olvido.
Y sin embargo, esperan.
viernes, 5 de octubre de 2012
París. Y los cuadros de Chagall. II
Cuántas veces he hablado de la perfección de la víspera, del momento de la feliz espera, del pasillo con los regalos de reyes intactos, con el universo encerrado en ellos antes de que se materialicen en una sola e imperfecta forma. No hay bendiciones suficientes para momentos de gozosa espera como el de hoy en los que además hay un guiño en el tiempo y en el espacio, en la vida y en la escritura.
París se ha hecho ya real, muy real. Y ha querido la suerte sonreírme esta vez y rodear de calidez mi estancia; la de las personas y la de la apabullante belleza de la ciudad, sea cual sea el concepto que se tenga de ella. Y frente a mí se extiende París longitudinalmente en la galería. Y frente a él, Chagall. Les mariés de la Tour Eiffel flotan en el éter con la ciudad entera, el sol, el ángel, la cabra violinista. Temía un París sin Chagall y ahí está, para que lo recuerde, para que aproveche la bonanza de dos de los mejores meses de mi vida. Para que revolotee también en torno a la Torre, sobre la galería de cristal, con la promesa del amante junto a mí pronto, muy pronto, mejor así que cuando se haya pasado en un suspiro. Y llega la emoción siempre arbitraria. Le da por llegar frente a este cuadro, y me tiene allí atrapada, con la garganta temblando. Por suerte, la oportuna llegada de japoneses hambrienos de fotos disuelve el momento. Y París se resigna a su destino de eterna reinterpretación a golpe de Polaroid.
sábado, 15 de septiembre de 2012
Stairway to heaven
Tu mentón, tu cuello, tu pecho.
La sima de la que no
quiero salir.
Mi mirada es atisbar
movimientos de sombras que no existen.
Un rabillo del ojo sin aliento
por temer lo que no ve.
Pero aquí dentro, palpitando yo contigo, puedo evocar
la melodía, aquélla que trae las risas
al largo esperar del bosque.
To be a rock and not to roll.
O sí, rodar en el camino, más sombra que alma,
para volver y que haya
un solo sentido.
Y que no me haga falta ni calor ni amanecer,
ni que oro sea todo aquello que
reluce.
Porque tu pecho y cabellos me envuelven como esa flauta
que cree revolotear
entre árboles del bosque.
Para mí no hay más luz ni peldaños de aire
que prenderme a tu canción, una hoja más.
Y que todo sean notas, que todo sean esas notas,
y el desear -aunque sólo el deseo exista-
eterna la espera en tu cuerpo
al acorde final de la luz y el resplandor.
jueves, 21 de junio de 2012
Ceci n'est pas une pipe.
Sólo sé escribir en la tristeza, sólo me salen palabras cuando la zozobra me agarra y ahoga, y no suelta, hasta que la pongo en imágenes como una catarsis, más bien como una amputación. Pero cuando te tengo como ahora, no se me ocurren más que frases encorsetadas, no sé decirlo de otra forma que el resto de mortales. Y me enrabieto por ello, porque no es menos auténtica la felicidad que las desgracias. Y sin embargo no sé describir lo que es que me recorras, que me asaltes, que te entregues a mí. No acierto con la imagen de tu cuerpo abrazado con fuerza, sudor, bloques soldados, asidos. No encuentro el posarse de tus labios, tu forma de mirarme en momentos como ese, cuando mi cuerpo es bello por deseado. No abarco la luz, la belleza que irradian tus líneas sin saberlo; y me duele recordarlo, por pensar que puede caber tanta perfección en un momento. Sospecho que todo te lo quedas tú, a cambio de tenerte, que sólo podré yo poseerlo el día que te pierda. Y me niego a hacerlo, como si no hubiera habido ya suficientes partos literarios en el mundo. Así que tendrás que quedarte con palabras vulgares, comunes, porque esta vez no me resigno, y desisto de encerrarte en el presente inmutable, e inasible, de una imagen.
jueves, 31 de mayo de 2012
The four Horsemen.
Sabes que estás ante dioses cuando la masa calla, sujetando el barullo anterior en una tensión que tiene minutos y segundos concretos. Porque cuando acaben aquellas notas sabiamente escogidas, aquella imagen que le mete a uno directamente en la épica, estarán ellos ahí. Entonces uno quiere que acaben y que no acaben esos compases, quedarse ahí, flotando en el momento.
Pero los dioses llegan, y sus adeptos se deshacen en una oleada de amor infinito. Los dioses son piadosos y no se olvidan de ellos, los dioses saben lo que ellos quieren. Se dejan ver en las alturas con sus instrumentos que todo lo pueden, porque cada respiración del acólito está en función de ellos. Pero también se acercan, parecen caminar sobre la masa, dejan que casi casi los toquen. Saben que se deben a ellos porque sin ellos no serían dioses. Ellos son los que pagan su divinidad. Y ahí están, como los cuatro elementos, o los cuatro puntos cardinales; cada uno en su universo y, a la vez, tocándose. El pulso telúrico, el cabalgar lento y poderoso del bajo, agarrado a la tierra; el trono multiforme de bombos, platos y pedales; el látigo grácil y llameante de la guitarra; y la voz, que une a la masa con lo que siempre habían soñado.
Los dioses saben de los gustos del adepto, emplean todos los poderes para su mayor gloria. Conocen el poder de la música y lo manejan a su capricho para tener el corazón de sus fieles en un puño. No escatiman luz, ni fuego, ni tecnología que permita ver hasta la más mínima gota de sudor. Porque los dioses también sudan y quieren recordar, con su indumentaria, que ellos también fueron simples adeptos en su día, muchos eones atrás.
Si los dioses fueran altivos, distantes, reinarían sobre el temor, y no sobre los corazones. Permanecería cada uno en su divino fulgor, sin esos gestos de complicidad que despliegan uniendo sus talentos. Pisotearían a la masa en vez de caminar sobre ella. No se apagarían las luces y permitirían ver sus humildes figuras, agradeciendo al acólito el honor de haber compartido el milagro, de participar en la leyenda. No lo harían por temor a que, en esas circunstancias, los abandonara su divinidad. Pero estos dioses parecen negarla sin reñirse por ello con el espectáculo, con la epifanía. Parecen negarla y abrazan al aire en un abrazo colectivo en el que ellos son la masa y la masa son ellos. Y los adeptos olvidan que están bajo el despliegue hipnotizador de la música, que sabe ser visceral y profunda, y abandonan el templo convencidos de haber rozado el éxtasis, de haber estado más cerca de lo sobrenatural de lo que nunca han podido estar en su vida.martes, 22 de mayo de 2012
Orteguiano (poema de long time ago...)
Prefiero guardarte así, como yo
sin circunstancias;
como la eterna posibilidad de lo que pudo haber sido,
como el instante de contemplar
el regalo aún envuelto.
Porque tú en las circunstancias
habrías sido simplemente
lo que eres, te habrías cubierto
de arena y polvo,
ése que va atascando engranajes de rutina,
hasta que un día todo se acaba porque es gris y monótono
y ya no tiene luz.
Así que en mí no serás tú,
sino lo que tantos otros aspiran a ser
un día en alguien.
Y tendré la maldad,
para ti y para mí misma
de que jamás sepan que lo que una vez soñaron
entre letras
existe entre la carne.
domingo, 6 de mayo de 2012
París. Y los cuadros de Chagall.
-¿Que pintemos un mural?
-Un mural, sí. En grupos. He traído varias postales de Chagall.
Y así empezó todo, en una clase de plástica de secundaria.
Ahora vuelvo a estar frente a un azul de Chagall. Porque Chagall, en su sabiduría omnicromática, es dueño y señor de los azules. Bueno, quizás también de los rojos, viendo el circo de ese color que está un poco más allá.
París. Entre dos orillas. Se titula el cuadro. París con un dejo de angustia, aunque el cuadro sea azul. Lo que más me fascina de Chagall es su capacidad para hacer que sea imposible percibir la totalidad de los detalles en cualquiera de sus cuadros. Como un ser vivo, se transforman al ser vistos. Lo que parecían lineas, vagos contornos en la densidad onírica de su atmósfera, acaban siendo pequeñas figuras, casitas, planetas. Mundos dentro de otros mundos, y así hasta el infinito.
Decía Matisse que el objetivo de su pintura era servir de descanso visual y mental tras la dura jornada de trabajo del obrero. Una especie de sofá anímico. Chagall provoca en mí ese efecto, como una zambullida. Hay un detalle en la parte inferior del cuadro, un simple puente con siluetas de árboles muy desdibujadas -ni se aprecia al alejarse un poco- que, no sé por qué, me llena de tranquilidad. Tal vez sea el horizonte en el campo de alguno de mis días. No lo sé, porque ahí está París ocupando el primer plano. Dan hasta ganas de irse al París que pinta Chagall. Intento que permanezca así en mi mente el azul del Sena, el azul de los Campos Elíseos, el azul de Notre Dame. Los recito en la cabeza como un mantra para cuando París sea el París de verdad y no el de Chagall. Para cuando intente distinguir en su cielo gallos, lunas, gárgolas, cabritas. Y amantes, discurriendo por la pintura como el Sena. Amante que me va a faltar cuando esté allí. Que me faltará su mano, su calor, sus caricias, su presencia, su luz. Su luz que ahora no escribo. Será tan grande la oscuridad cuando ella falte que trataré torpemente de hacerla volver a mí con palabras, frías. Miles de nimiedades que, por próximas y alcanzables, pasan ahora desapercibidas a mi razón, allí crecerán angustiosamente, y trataré de ahogarlas con una hoja de papel.
Me dicen que es hermoso estar triste en París. Las cabritas de Chagall nunca están tristes, Chagall fue feliz allí. Yo estaré triste y volveré, y conmigo mis tristezas que, quieran los dioses, acaben flotando azules, pequeñitas y juguetonas, en un cuadro de Chagall.
sábado, 18 de febrero de 2012
Ilustración a En ausencia de símbolos
martes, 31 de enero de 2012
Umbilical
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