domingo, 19 de diciembre de 2010

Frío


Fría. La cama está fría.

Frío. Frío está el aire que toco

al asomar los dedos.

Fría el agua que se escurre

cuando tiendo las zozobras,

frío el blanco del lavabo.

Frío el latir insomne,

único sonar de noche.

Frío el ojo eternamente solitario.

Fría la risa, frías las lágrimas.

El infierno tiene que ser frío.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Insania


Como un péndulo de acero irrefutable
me pesa
un poco más bajo que la garganta
el mecanismo estéril de segundos
baldíos
por pasar.
Como un abismo extiende
la llanura
su sonrisa de triunfo
inamovible
en su eterno, exultante sin pena ni gloria.
Quién te mandará tocar
el espejismo de savia
que pende como una gota
que es caer y extinguirse a la vez.
Creíste -sonrisa de una vez más-
que la vida de una hoja
extraviada
puede ser la raíz que te taladra
en un continuo amenazar de nuevos brotes
tiernos.
Ríes, ríes infinitamente
de rodillas en el abismo;
ríes por la facilidad con que el fluir latente
aún te engaña.
Hastías con tu verso, siempre el mismo.
No finjas algo bello y echa a andar.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Catching the night


bueno, no todo van a ser lloriqueos. Aprovecho para colgar mi primer trabajillo un poco decente en fotochop ^^

lunes, 6 de septiembre de 2010

Y de qué sirve decirlo


¿Y de qué sirve decirlo?

Tu superficie, mi superficie

están tranquilas.

¿Y de qué sirve decirlo?

Más allá del bruñido espejo

las libélulas se ahogan

en aguas envenenadas.

¿Y de qué sirve decirlo?

Olvidaba que tu cauce

se secó hace ya tiempo

y los pájaros descansan

en su lecho último de cieno

para siempre.

¿Y de qué sirve decirlo?

nada más...

yo sola me tragaré toda

toda esta ponzoña.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Lo de después


Música, más música.

Música que tape en su estridencia

el clamor de las últimas heridas,

el clamor de la última derrota.


Un pie en el vacío que se extiende hasta los últimos confines

tras el polvo y la batalla.

Otro asido por las garras de cadáveres de sueños

engañados por recuerdos,

que creyeron ser reales,

imbatibles.


Clama la fosa abierta y su estertor es dulce,

hipnotiza al aire

me hipnotiza por dentro.

Me hace hincar la lanza en tierra, jurar

con alarido firme que será

el último poema que te escriba

(cuando ni siquiera yo

me lo creo).


Y me río

de mi armadura tomada de orín,

con las piezas cada una diferente,

abolladas una

y mil veces.


Ruido, sólo me queda el ruido que rellene

con su explosión de zarzas lo que es nada,

con sus luces fatuas lo que es nada,

con su espinosa carcajada eterna lo que es nada.

jueves, 8 de julio de 2010

Lo que nunca me dijiste (aborto de relato)


Accediste casi de inmediato, no fue difícil convencerte. Una vez que superaste la timidez inicial y me sonreíste sin que el recelo huyera por completo de tu mirada, me acompañaste desde el garito directamente a mi cama. Y allí sí que no pusiste demasiados remilgos. No parecías tener demasiada experiencia, pero lo compensabas con tu voluntariedad. A saber cuánto hacía que no habías podido tener tema... Nunca te quejabas, y apenas conseguía sacarte alguna palabra. Dabas un sí o un no por respuesta a mis parrafadas, y cuando te expliqué que aquello no podía ir a más, todos mis proyectos, te limitaste a asentir y bajar la vista. En verdad eras una tía rara... te guardabas todo para ti; me mirabas queriendo decir mil cosas y no decías ninguna; no tenías rabia dentro, no sabías enfadarte... a veces me exasperabas. Me daban ganas de golpearte o de decirte algo hiriente de verdad, para que de una vez reaccionases. Pasabas olímpicamente de discutir cuando estábamos en desacuerdo, y te limitabas a mirarme con una expresión de no tiene ni puñetera gracia ante mis pullas. Hablando te mantenías siempre a la defensiva, y físicamente volvías en ocasiones a la tensión y la timidez, como si mi presencia te impusiera. A veces llegué a pensar que te inspiraba una suerte de temor extraño. Siempre te colocabas al lado -nunca te quejaste de que pusiera peli, fútbol, música o tele -quieta, distante, a la espera de un mínimo atisbo de caricia por mi parte para dar las tuyas sin reservas, para mendigar un poco más. Tu mano sobre mi espalda acababa muriendo por el hastío. Lo mismo en la cama. Te movías inquieta a veces, como esperando algo. Pero yo ya estaba lejos de eso, muy por encima de eso. No sabes lo que yo fui, nena, hace tiempo que agoté toda ansia en cualquier sentido posible. Pero tú eres aún muy joven para entenderlo... si te parece bien lo que hay lo tomas y si no lo dejas, pero sigo siendo total y absolutamente libre. Creo que me lo he ganado después de tragar tanta mierda.

lunes, 5 de julio de 2010

...et in pulvere.


Me inquieta limpiar el polvo la última vez. Es como si con él se confirmara oficialmente el desvanecimiento de tantas cosas. Dejo que los recuerdos se me amontonen, son un veneno dulce que acentúa aún más mi sopor en esta tarde densa y pegajosa, en la que me siento atrapada como una mosca moviendo torpemente las patitas dentro de una gota de resina. Acuden las imágenes, no las sensaciones. Es difícil, las más desgastadas pertenecen a un invierno muy remoto del que el calor parece estarse burlando cuando trato de que vuelva a mí. Recuerdo las horas turbias de penumbra, tan añoradas, en cuyo silencio sólo se oía cerrarse la puerta de la entrada. Fueron horas agridulces, como la práctica totalidad del curso. Había amargura en ellas, melancolía por supuesto; pero también había algo más, la sensación de estar viviendo, el intento por apurar hasta el fondo los besos traicioneros de la realidad. Y eso, la sed de aventuras de desacompasada adolescencia, se imponía sobre todo lo demás. La turbiedad quedaba muy bien oculta de cara a la galería con el barniz de lo que realmente me gusta. Puesto a tener que ocultar todo lo demás, darle una adecuada envoltura hacia el exterior y hacia mi propia mente para no volverme loca, es ésta la mejor elección. He sido realmente feliz entre apuntes como hacía tiempo que no lo era. Me he reconciliado en parte con la soledad aunque los fantasmas, al fin y al cabo, sigan siendo los mismos. En realidad no hay verdaderos deseos de desprenderse de ellos, a la vista del páramo desierto y desolador que es el verano inmediato. Sé que debería deshacerme de ellos, que no es sano, pero en realidad no sé cuál de las dos cosas me está matando más. Echo una nueva -eterna- mirada al cuarto de estar, buscando como siempre un resorte que no encuentro. Una vez más, se me olvida que el espacio se escurre con el tiempo. El polvo queda suspendido y con él se desintegran en el aire tantos ruidos, tantos cosquilleos de euforia... la gente que tan importante ha sido se desvanece en el pesar por lo perdido como sombras.

martes, 29 de junio de 2010

Déjà vu


Hubo un tiempo en el que tenía claro que no había nada comparable a la espontaneidad de la sorpresa, a la frescura y la ilusión de la primera vez. Decididamente, ese estímulo creativo era insustituible. La cantidad de sensaciones y sugerencias que se agolpan en la cabeza ante la contemplación de un lugar que nunca antes se ha visto, quedar envuelto por ese espacio... no había lugar a dudas; mis recuerdos contaban con una buena colección, y se situaban con bastante ventaja entre los más productivos. Siempre reconforta revivir esa sensación contemplando la mirada de alguien que ve lo que nos resulta sobradamente conocido sin referencias, sin prejuicios. Mi buena amiga Elisa dice que todo aquel nacido en Hispanoamérica tratará, si está en su mano, de viajar en algún momento a Europa. La razón es tan sencilla como el querer constatar que los lugares de los cuentos, los paisajes de los cuadros que han formado las imágenes a las que la mente acude una y otra vez, en realidad existen. No creo que pueda imaginar el choque que supone el toparse con una realidad tan abrumadora. ¡Claro! -dice ella, y la imagen me conmueve- sólo aquí en Europa los patos tienen la cabecita verde y un collarín, porque son los patos de los cuentos. Y de pronto uno ya no sabe si vive en lugares que inspiraron cuadros y cuentos o si vive en cuadros y cuentos que viven a su vez en la mente del otro... poco importa si eso supone leer los poemas, detenerse a mirar las flores o cosas que resultaría ridículo hacer en el lugar donde has pasado tantas horas de iluminación y de desidia. Sin embargo, algo cambió esta vez. Al contemplar la Laguna Negra, la niebla sobre las balconadas de madera, aquellas libélulas planeando sobre el color imposible de la Fuentona, entendí que "de cuento" era algo más que un recurso literario facilón. Me vi en un tiempo inmersa en aquellos escenarios como algo natural. Entendí que escribiera lo que escribía, y por qué no podía escribir lo mismo ahora. Traté de hacerme consciente de todo lo que había ido surgiendo en medio para contemplarlos -para contemplarme- con semejante distancia. Sí, allí estaban, causándome una impresión que no podía diferir mucho al de contemplarlos por primera vez, haciendo ver como inverosímil el que alguna vez los hubiera tenido cerca. Allí estaba esa impresión de contemplar lo familiar con una tabula rasa en los ojos, ese agolpamiento de sensaciones, tan ansiado, que obnubila los sentidos... y por primera vez también me di cuenta de lo ajeno que me resultaba todo, precisamente por ese deslumbramiento. Y me cuestioné, no sin pasmo, que tal vez fuera discutible la primacía de lo inusitado, a cambio de que todos aquellos espacios volvieran a resultarme algo más habituales, con el polvillo de lo prosaico si es necesario, pero que fuesen, como en su día lo fueron, un poco más míos.

sábado, 19 de junio de 2010

Camisetas pintadas 2





A falta de creaciones dignas y mínimamente más alegres que los últimos lloriqueos, sigo subiendo la colección xD

jueves, 3 de junio de 2010

Pothos


Te deseo en la mañana.
Luces que revolotean como polillas en las hojas
a través del balcón;
y el sillón que no me dice nada
porque ya no es el mismo
que el sky satinado al que intento sentir todavía.
Lenta y sutil, como los pasos de araña,
la penumbra se ahoga en el sopor.
No sé si es la penumbra de ahora o una lejana
la que acaricia mis ojos entreabiertos.
No quiero saberlo.
Sentir, sólo sentir sin recordar
cuando no vivo más que de recuerdos.
En la otra habitación esperan
cuencas de mármol vacías, el Mediterráneo
-luz entre columnas primigenias.
Pero yo estoy atrás, muy atrás
estancada
abriendo los ojos en las aguas
de lo que No Puede Ser Más.
Lejos, muy lejos y nunca;
quiero volver o al menos quiero
quedarme aquí.

martes, 25 de mayo de 2010

Stain


Hay una mancha de miedo que se extiende
con cada respiración en el aire.
Paraliza cada fibra de los músculos,
atornilla las neuronas del cerebro.
Lastre en tensión que tira desde dentro
los resortes del dolor de la mirada.
Por todas partes esfuerzo,
ojos que cargan y ocultan.
Me miras, pero tienes la espalda deshecha;
te miro, pero gana el cansancio en mis ojos
mientras alzo la cabeza, tratando de mostrar
el valor que no tengo.
Te paras, no quieres cargar ya con más;
en el camino a tu sueño
no volverán a engañar a tu espalda.
El fin se te desdibuja en el cansancio;
tus hombros piden clemencia
(la cabellera rendida sobre ellos)
y tu mirada de niño se enturbia
con una tristeza infinita.
Pasas de largo y mi llamada se
deja morir en la cuneta.
Alzas la vista; y tal vez, pese a todo...
renace la loca idea marchita
de que allí delante esté al final la mano
que acabe de rematarte con su peso
o que haga concluir toda zozobra.
Tu corazón se agita, eres muy joven.
Puede, quizás, quién sabe...
comienzas a avanzar de nuevo.

domingo, 25 de abril de 2010

In memoriam mei


Existe una muerte distinta, de la que uno
ni se entera.
Para cuando se quiere dar cuenta, se le han secado ya
las raíces de los ojos.
Los demás, me matan los demás, te crees tu propia mentira.
El dolor... lo peor no es el dolor, lo peor es
la indiferencia.
Los demás, siempre los demás, como si no supiéramos que, al final,
estamos solos.
En realidad, uno sólo se da cuenta de que está muerto
cuando recuerda lo que era
estar vivo, (instantes fugaces
en los que vuelve un orden cuerdo de
prioridades).
Cómo no voy a estar muerto, si cuando me desprendo
de todos los pensamientos, el acaecer
peregrino
de las circunstancias, la envoltura de cosas vanas
en la que uno se envuelve como papel cebolla
para sobrellevar la vida,
ya no queda nada;
si no soy nada sin airear
mis zozobras, y el mundo de los vivos se ocupa poco
del de los muertos.
Y los muertos andan por ahí errantes.
Comen, respiran, saludan con educación.
Los vivos no son conscientes de que lo están aunque los vean,
los vivos están siempre muy ocupados.
Son sanos, tienen varias cosas en la cabeza en lugar
de pensar obsesivamente
en un tema.
Te miran extrañados.
¿Que cómo murió usted, señor muerto?
Hágase una autopsia.
¿En qué momento morí? ¿en qué momento los vivos fueron
los demás?
¿En qué momento me golpeé y no sentí
nada,
salvo que tú
me dolías?
No lamento la razón, sólo temo la nada tras el bisturí.
Nada,
ni siquiera visiones angustiosas.
Ni siquiera el abismo de antes
(el abismo de antes sería algo).
Cuántas, cuántas veces habré muerto ya;
tantas nadas arrastradas por el suelo polvoriento.
tantas horas de contemplar en la distancia
a los vivos
me hacen pensar si alguna vez he dejado de estar
muerta
y si lo único que hago cada vez es morirme más,
cada vez un poco más.


lunes, 5 de abril de 2010

Camisetas pintadas




Voy a empezar a subir los dibujos de las camisetas que me he pintado hasta ahora, para que tantas horas de pringue con el pincel no acaben cuando lo decida la lavadora XD

viernes, 12 de marzo de 2010

Rendija


Tus cabellos se derraman
ocupando
todo el mundo de mis ojos.
Tu brazo se estira lento,
tantea
hasta encontrarme en lo oscuro.

Yo respondo, aunque sé bien
que no puede durar más
de lo que tarde la luz en colarse
delatora
por la unión de la persiana.

¿Y después?

Asomarme cada día en el espejo,
contemplar cómo se borran
las marcas que me dejaste
por fuera.
Del rojo al gris, del gris al malva.
El regusto de profundo desengaño
que se esconde en la mirada de aquel que todo lo acata
porque nada más espera.

Triste mansedumbre para con uno mismo
del mañana que es ahora,
del ahora que me ahoga
con aquel hilo de luz
a través de la rendija,
que me aprieta bajo el cuello
a una brizna de llevarte
de nuevo.

Consciente de que una cosa
es la opinión del momento,
otra el luego en que el ahora se transforme
y otra el absurdo esfuerzo
que haré para distinguirlas,
amanece.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Sicut nubes quasi naves velut umbra.


Era tarde, caía el sol, y caminábamos Roma embelesadas. Roma ya es una ciudad dorada de por sí; los sillares de los palacios son dorados, el mármol de las estatuas es dorado. Pero la puesta de sol doraba incluso lo que en otros momentos permanecía en las sombras. El sol mortecino nos dirigía hacia el Tíber con sus filamentos rosados deshilachados hacia el horizonte, y nosotras nos refugiamos en un universo de mapas antiguos, postales y máscaras venecianas. Volví a ser ese dominó negro que me contempla desde la carpeta, estrujando la rosa hasta mezclar su sangre con las espinas. Volví a ser la sonrisa grotesca, el trompe d'oeil, el lujo de lo absurdo. Volví al mundo abigarrado, turbio y decadente que tan abandonado creía. Sant'Angelo se alzaba adusto en la otra orilla como si él fuera la meta del sol agonizante. Cómo no iba a serlo, si todos los ángeles del puente miran hacia él. Las últimas luces se deshacían sobre sus propios reflejos, y los rostros eran una mueca sobrenaturalmente bella al vacío; criaturas con las alas quebradas expulsadas de su esfera, con los pliegues curvos aventados por la pasión, por la ira. Gritan a la armonía ilusoria de las columnas, a la falacia de los órdenes que quieren crear un mundo de analogía tan matemáticamente regular como falsa. Gritan a la huella de una pátina que ha continuado dominando el mundo mucho después de su muerte; que incrusta en el cerebro sus frisos, sus molduras, sus arcos de triunfo antes de que pueda intervenir el criterio. Pero poco importa eso ahora; la fascinación lo inunda todo con su alboroto silencioso, nos acompaña entre las ramas desnudas y el frío del relente junto al río y promete durar cubriendo nuestros ojos con la ilusión de que el mundo (o Roma, que ya es bastante) es bello y de que somos invencibles, al menos, algo más, un poco más.

sábado, 20 de febrero de 2010

Algo habrá hecho.


Afortunadamente, siempre hay personas y situaciones que te bajan de las nubes para poder ocuparte de asuntos más pedestres y que este blog no parezca un refrito de erudición de consumo y pose literaria. Esta vez la encargada de tan encomiable misión fue una revisora del metro. Una chica de ademanes firmes y más o menos mi edad, que se encaminó directamente hacia mí, a la mitad del vagón, para solicitarme el billete. Le enseñé tranquilamente el bono pero claro, algo tenía que fallar. Lo supe cuando vi la expresión de triunfo en sus ojos al decirle que no llevaba encima la tarjeta.
-Vente conmigo -dijo con resolución, y me hizo bajar en Casa de Campo, con todas las miradas del vagón clavadas en mi cogote.
Salí preguntándome si mi destino sería el mismo de haber llevado abrigo de Zara y las bailarinas con lacito de serie, pero no. Me repetí que había sido por casualidad y que la chica trataba de hacer bien su trabajo (aunque ya me empiezo a cansar de pensar siempre lo mejor del prójimo). Una vez en el andén, me hizo releer la letra pequeña del bono, restregándome mi fallo, mientras se disponía ufana a rellenar el formulario de sanción. Mientras daba mis datos notaba una presencia pegada a mí todo el rato. Ya le iba a decir al interfecto unas palabras sobre el espacio vital ajeno cuando me percaté que era el segurata, velando por la integridad de su compañera. Pensé con mucha risa lo que creía que podía hacerle, o si tendría una pinta muy amenazante. Nuevamente traté de calmarme diciéndome que el protocolo sería el mismo para todo el mundo, aunque esta vez no surtió tanto efecto quizás por lo nerviosa que esa proximidad me estaba poniendo. La mirada de incredulidad de la revisora ante mi respuesta de si era la propietaria del bono fue sucedida por una expresión algo así como de "venga, di la verdad". No pensaba obsequiarla con mayores detalles, así que tras ficharme eficaz y concienzudamente se limitó a darme un papelito con la dirección y el teléfono del Consorcio Regional de Transportes y allí me dejaron, el segurata y ella, compuesta y sin bono, y además llegando tarde a mi cita.
Traté de sofocar las ganas que me dieron de morder a alguien con la idea de que eran ellos los que llevaban razón y yo la que había hecho un "uso indebido" del billete, no sin la dolorosa punzada de que aquellos que tratan de cumplir como buenos ciudadanos son los que más palos se llevan de todas partes. No me dolía el hecho de que me hubieran quitado mi bono así, por las buenas; me dolía aquella mirada de incredulidad ante mi respuesta, aquella presencia acosadora de las fuerzas del orden; me dolía que me hubieran juzgado única y exclusivamente por mi aspecto. Pero cuidado, me dolía exactamente igual que aquellos comentarios tras mirar mi expediente, preguntando los motivos de hacer dos carreras tan inútiles. Me dolía que en esta sociedad seas culpable hasta que no se demuestre lo contrario, esa expresión colectiva que me siguió a mí al bajarme, la misma que cuando se ve a la policía pedir la documentación a un inmigrante o registrar el equipaje de alguien con aspecto alternativo, de "algo habrá hecho". Y yo también lo pienso, no me excluyo.
El resultado: tuve que pagar otra vez el importe del bono y me han emplazado a una nueva visita si quiero conseguir el bono del mes siguiente. Volví a casa preguntándome cómo se habría comportado la revisora si midiera 1'90 y fuera compartiendo amablemente la música de mi móvil con el resto del vagón. Estoy a punto de alcanzar la salida cuando me aborda un chico risueño, con tarjetita del Círculo de Lectores.
-Perdona, reina -quisiera saber desde cuándo han introducido técnicas marujiles en la escuela de marketing - ¿te gusta leer?
A punto estuve de pararme y preguntarle que qué opinaba a juzgar por la pinta que yo tenía. Pero decidí que no merecía la pena.
-No, lo siento -respondí sin detenerme, y me quedé tan ancha.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Es domingo.


Lo que soy, lo que espero, lo que ansío
lo sé yo
y nadie más.
Porque sólo yo vi
cómo se derrumbó la bóveda acristalada
en un día de sol.
Porque sólo yo sentí ganas de llorar
una mañana de domingo.
-Pero di algo.
-Para qué, si sólo yo
lo vi...
La gente sigue caminando hormigueos
entre el metro.
-Pero señores ¿no
oyen el grito de los hierros
desnudos
arañando el aire?
¿no ven que están pisando
los trocitos de cristales
triturados
en el suelo?
Encoger hombros.
-¿Y qué?
Deja de molestarnos con lo que
ves.
Hoy es domingo, somos felices.
-¿No sienten el polvo que
se mete por los ojos hasta
nublar la mente,
hasta obcecar los miembros y que
hace grises cada uno
de mis días?
-Hay que llevar a los niños al parque, es fiesta,
es domingo.
El aire es limpio, el cielo
es puro; sólo tus ojos
no lo son.
-El estruendo me puede, la metralla me
ahoga.
-Pues búscalo, búscalo... que se pierde entre
la niebla.
Se va, se aleja entre cascotes.
-Para qué si solamente yo
lo vi. Sólamente
yo, tú te fuiste.
¿Nadie,
nadie más...?
-Pero di algo.
-Sólo yo lo vi.
Solamente yo
lo sé.

domingo, 7 de febrero de 2010

De vampirica philosophia.


Esto va por rachas, como tantas otras cosas, y esta vez ha sido al hilo de que, de pronto y sin mayor justificación, ideas que llevan un montón de tiempo dando vueltas en la cabeza sin llegar a ningún término deciden que ya es hora de salir de allí. Así que a uno de mis cuentos le va a continuar una segunda parte concebida bastante tiempo atrás y con unas circunstancias notablemente distintas, pero cuyo argumento puede adaptarse muy bien a los fantasmas de los que necesito deshacerme en estos momentos. Y la empresa -en plenos exámenes- exige la preparación de una atmósfera adecuada, lo que significa que muchas veces acabo barruntando más las lecturas y las pelis que los apuntes, mientras escucho la música adecuada. Es ya mucho tiempo de darle vueltas al tema. Todo lo relativo a los vampiros me ha fascinado desde que recuerdo -y a quién no, también es verdad. Y eso que siempre me ha dado un miedo horrible cualquier minucia que a la mayoría suele dar risa, pero con los vampiros es diferente. Por supuesto que también me daban miedo, pero es como si estuvieran por encima de eso. En un vampiro, en sus cuentos e historias, la estética impera sobre todo lo demás. No hay ni uno solo de sus crímenes que sea feo, ninguno de mal gusto, ninguno que hiera la sensibilidad. Buscamos en ellos la belleza de la muerte, del coqueteo entre el eterno decadente y la ausencia de corrupción, cuando su existencia no es más que una búsqueda desesperada e insaciable de la belleza de la vida. Y una de las claves de su tragedia es que no la pueden retener, se les escapa entre los dedos al alimentarse de ella, la tienen pero la pierden en el mismo instante en que la consiguen. Tal vez su esencia trágica sea esa: han conseguido una de las cosas más ansiadas que se puedan desear, la inmortalidad, la eterna juventud; pero sus preocupaciones siguen siendo mortales, sus dilemas son tan próximos que nos conmueve la continua zozobra que los sacude entre estos y una naturaleza fría y ya muerta, a la que poco deberían importar estas cuestiones. Nos conmueve y nos fascina en todos los sentidos, para qué negarlo. Es la expresión máxima de la estética por encima de todo dilema moral, de la belleza sin importar su precio. Y una de las vías más directas para llegar a ella es la erótica. En el fondo, es una búsqueda tan parecida... las alimenta una misma energía, una misma ansia. Y nadie podrá negar el dominio de lo morboso en la fascinación que muestran humanos por vampiros, y vampiros por humanos. Al fin y al cabo, no deja de ser un anhelo de posesión absoluta. Una posesión que se desvanece precisamente cuando se culmina, una continua aspiración frustrada que no puede abandonarse, a pesar de saber que se va a seguir fracasando eternamente, porque si no la vida se acaba. ¿Es posible que pueda haber algo más profundamente humano que eso?

jueves, 14 de enero de 2010

No words


Silencio... la nieve trae siempre silencio;
el recuerdo de aquel otro, tan ansiado,
cuando al fin se terminan
las palabras.
Aunque poco importa el ruido
si pudiera volver a sentirte sin tener que abrir
los ojos.
Sentirte, no pensarte;
no sabes lo agotador que me resultas
en cada una de las horas de mi mente.
Sentirte, no pensarte;
que tu impulso se anulara ante los
míos
que no por no atreverse a definir su propia forma
dejan de sacudir sus oleadas.
No quiero darles cuerpo, pues me
temo
viéndoles agitarse ante tu imagen.
Ardo aún en mi propio fuego y quiero pensar
que no lo sabes.
Una chispa que se prende entre la nieve espoleada
por el viento,
mejor cuanto más frío
y cortante.
Vorágine inaudible
en el triunfo del bullicio,
en el caos del silencio.
Agonía de sí misma
que desiste de buscarte,
que no sabe qué decirte.
No,
no existen para eso
las palabras.