viernes, 25 de diciembre de 2009

Aprender


En domingo, la Casa de Campo se llena de bicis. La gente huye de sus casas de barriada de aluvión y se adentra en el agujero verde en busca de sus mapas de la aventura, ordenadamente colocados cada pocos kilómetros. Hay que tener cuidado si se va correteando por ahí con los cascos, puedes ser arrollado por una tropa de ciclistas sedientos de oxígeno y vida sana. Aunque no todo el mundo va de ruta. Los laterales de la carretera están anegados de pacientes padres (y, curiosamente, padres, no madres) que adiestran a sus retoños, subidos en réplicas en miniatura de dos ruedas, o de cuatro. Inevitable recordar una cuesta frente a la cochera, y las casitas bajas frente al campo, cuando todavía había campo. La carrera esforzada a mis espaldas y la frase mágica: "si vas sola, vas solaaa" (mágica para que automáticamente perdiera el equilibrio).
Pero no sólo son niños los que empiezan. En una praderita, unos cuantos adultos sin prejuicios se las ven y se las desean para hacer el caminito de obstáculos marcado en el suelo, subidos en artilugios portátiles que difícilmente parece que vayan a aguantar su peso. Su cara de apurada concentración es todo un poema. Se encogen sobre la estructura metálica como si les fuera la vida en ello, y empuñan el manillar con pulso tembloroso, con una tensión que casi hace sentir las agujetas en los dedos que tendrán después. Los niños, sin embargo, se suben en sus bicis como si nada, empujan los pedales sin pensárselo dos veces. No tienen miedo a perder el equilibrio, no tienen miedo a caerse. Si zozobran, si acaban en el suelo, simplemente esperan a que papá mire para dejar patente el coscorrón con un buen berrido, y después todos tan contentos. Los adultos, sin embargo, dan dos pedaladas temerosas y echan el pie. Casi se pasan más tiempo con el pie en el suelo que encima de los pedales, por lo que acaban dando una impresión como de reptar por la arena en lugar de rodar sobre ella. Es lógico, su agilidad ya no es la misma y conocen el temor, el mismo temor que tal vez les haga echar el pie cuando simplemente tenían que pedalear con un poco más de decisión. Es lógico, tienen que aprender a destiempo y a destajo algo que deberían haber aprendido cuando tenían toda la vida por delante para practicarlo -y no el bloqueo del miedo a caerse. ¿Y qué pasa si te caes? casi es peor la angustia de pensarlo que el golpe en sí, el agónico arrastrar del pie que la pérdida del equilibrio y el sometimiento inevitable a la fuerza de la gravedad. Pero por desgracia no todo el mundo tiene -tenemos- la oportunidad de aprender cada cosa en la edad adecuada. Te aceleras renqueando, intentando llegar a tiempo, pero no siempre lo consigues. Algo parecido me ha pasado este año: he tenido que aprender muchas cosas en poco tiempo y a destiempo, tratando de subsanar el tiempo perdido de la mejor manera posible. Y también echo el pie al suelo, y me encojo sobre una bici extraña, y el miedo me anula cuando no debería hacerlo. Y no recuerdo que es mucho peor la angustia, las noches en vela pensando el golpe, que sentirlo; pegar un buen berrido para que te oigan; recoger tu maltrecho artilugio; sacudir las rodillas raspadas y hacer girar el pedal una vez, otra vez más, las veces que hagan falta. Porque al fin y al cabo, al único -sólo al único- que va a haber que acabar rindiendo cuentas es a uno mismo. Espero no olvidarlo fácilmente para el año que comienza.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Lo insólito tiene alas de paloma.


Caravaggio: Descanso en la huída a Egipto.



Intentemos observar el cuadro como si fuera la primera vez que viéramos la imagen, como si no tuviéramos ni idea de lo que se representa allí -o como si realmente no se representase nada más de lo que vemos. El paisaje es el típico lugar ameno donde a la vista le gusta detenerse a descansar, aunque nada resulta tan bonito cuando uno anda por ahí reventado y agobiado, como parecen estar los personajes. La mujer lo mismo podía estar sentada en mitad del campo que en un taburete de su casa, o en la silla del trabajo, o en la cola de Extranjeros de la Comisaría. Un gesto idéntico de frustración, agotamiento e impotencia de quien no ve una salida por mucho que se esfuerce. El hombre mirando hacia ninguna parte, con una triste mansedumbre que se pierde nadie sabe dónde... e igual de natural que el cansancio, se presenta un ángel con alas grises y prosaicas, de paloma. Surge ahí como los árboles o la hierba, y no se le ocurre hacer otra cosa que tocar el violín, mientras el hombre le sostiene la partitura con una expresión de infinita paciencia, consciente de que se quedará con el papel de pardillo para toda la eternidad.
Así, de la misma forma que aparece el cansancio, el agobio, la incertidumbre de no saber a dónde ir, lo insólito debería presentarse de manera igualmente insosechada, de ángel tocando el violín -y que necesita que le sujeten la partitura- junto al sudor y al peso de la carga, tan sólo para arrullar el sueño de un niño. Lo insólito -que unos pocos visionarios tienen a veces la misericordia de mostrarnos- que se hace cotidiano y que, tal vez por eso, no seamos capaces de ver la mayoría de las veces.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Porvenir


Y vuelvo a situarme
en el átomo que hay
entre el fulgor y la nube,
entre la llama y el hielo,
entre el amor y el odio.
Cómo me dueles a veces
y mi dolor se hace muro
hostil ante tu imagen.
Me hieres, tiras esquirlas,
metralla que se acumula
tóxica, metal pesado.
La indiferencia es una elección
fácil, tendrás tus razones.
Más fácil desde luego
que curtirse al aire helado.
Asumir
a costa de una capa calcárea
más,
y la coraza no deja moverse.
Un nuevo hoyo, un hueco oscuro
que perderé de vista en la distancia.
Sin retorno, sin volverse
acogedme, manos de la hipótesis
de lo que tal vez sea.
Tapadme los ojos, cubridme la boca,
que sólo vea entre penumbra
el cosquilleo titilante
de esperar lo desconocido.
Porque el regalo antes de abrirse
es, con mucho, el más valioso.
Pues colma el vacío del espacio
con todas las cosas del mundo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Pulvis et umbra.



“Yo don Miguel Mañara, ceniza y polvo, pecador desdichado, pues
los más de mis malogrados días ofendí a la Majestad Altísima de
Dios, mi Padre, cuya criatura y esclavo me confieso. Serví a Babilonia
y al demonio, su príncipe, con mil abominaciones soberbias,
adulterios, juramentos, escándalos y latrocinios; cuyos pecados y
maldades no tiene número y solo la gran sabiduría de Dios puede
enumerarlos, y su infinita paciencia sufrirlos y su infinita misericordia
perdonarlos: ¡Ay de mí! ¡quien se cayera muerto antes de acabar
estos renglones; y pues van bañados con mis lágrimas fueran acompañados
por el postrer de mi vida …”.

Son las seis y media de la tarde, pero las sombras se alargan en el patio y en el zaguán de entrada. No podía irme de Sevilla sin ver esto. No hay muchas puertas abiertas, ni apenas gente. La primera sala, muros gruesos y blancos contra los que rebota la luz artificial. Partículas de olor a convento atrapadas en los paños negros de la mesa -casi un altar-, en la cruz, en la Biblia. Desde el frente lo contempla el rostro complacido de Miguel de Mañara, que observa pálido entre las tinieblas de óleo. A su derecha, la expresión cínica del niño que lo acompaña da mucho miedo. Más óleos densos y opacos se comen el muro, se abren como bocas de una caverna, y hay que pegar la nariz al cristal del armario (también forrado de paño negro) para adivinar la cubierta de los libros, de la pluma, del vaciado de la máscara mortuoria. Luz de bombilla mortecina repta por las paredes encaladas, y hace que el desparrame contorsionado del retablo de la capilla dé una impresión parecida a la de ver un grito en absoluto silencio. Hace más pequeño el espacio, lo aprisiona y lo llena de una desangelada domesticidad. Sin saber por qué, acuden recuerdos de iglesias en Jueves Santo, monumentos velados en pequeños agujeros de luz durante toda la noche. Y lo que yo buscaba está ahí enfrente, en lo alto. Mi cuadro, la Muerte que carga con el féretro y la guadaña mientras que sonríe recordando In Ictu Oculi, mortal, en un solo parpadeo, visto y no visto, ya está. Emerge de las tinieblas triunfante sobre todas las vanidades desparramadas a sus pies, humilla la inquietud humana que se pasa la vida buscándolas, cuando es Ella quien espera detrás. Finis Gloriae Mundi, hasta aquí hemos llegado. La nobleza o la sacralidad de la condición no impide la descomposición dentro del ataúd, para ser pesados como una vulgar alma más, para acabar siendo unos despojos más, anónimos, en un osario olvidado.

Pero hay en la representación de los cadáveres, en la satisfacción de la calavera, una fascinación morbosa que va más allá del propósito moral. Ese recrearse en la palidez, en el brillo de la corrupción, en el esplendor de la decadencia... un morbo que, desde luego, no difiere mucho del suscitado por el erotismo. Me resulta fácil imaginar (tirando de literatura barata y pasando de polémicas historiográficas) a nuestro personaje, enclaustrado en estos muros, deambulando, recordando sus ilustres correrías del pasado. La punzada de arrepentimiento no es incompatible con la de la complacencia al hurgar en los entresijos más turbios de la memoria, sólo Dios y él lo saben. Y hay casi un acto de desafío en encargar el epitafio de su tumba:
“Aquí yacen los huesos del peor hombre que ha habido en el mundo. Rueguen a Dios por él”

Y así pasa los días entre halagadores fantasmas. Hace mucho tiempo que decidió invertir sus riquezas materiales para que un puñado de santos varones se dediquen a redimir su alma; pero los recuerdos, la impronta de las sensaciones cobijadas en su mente, eso, jamás se lo podrán quitar. Y, sonriendo cínicamente, hace un guiño a Dios, que en su infinita sabiduría dispone que fascine eso mismo que también aterra. No teme al Infierno porque hace tiempo ya que es una sombra caminando entre sombras; porque sabe que, en la hora postrera, suplicará al ángel ajusticiador que haga leves todas sus culpas; que aunque deba rogar y arrodillarse, el Padre Celestial sabe tan bien como él que toda humillación es imposible, porque cuanto mayor es ésta mayor es también el burlesco desafío; porque Dios y él saben que podrá ser despojado de todo, pero no. Eso nunca se lo podrá quitar.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Errante


Voy, vengo, llego, me largo, parto, acudo...
y no porque mis pies sepan a dónde
lo sé yo.

Intenta guiarme un Norte que debe
saldar deudas
con una energía trasnochada
que fue encerrada en su día en una torre
de marfil.
-Pero si todo esto es muy hermoso.
-Sí, pero yo no quiero
belleza
yo lo que quiero es salir...

A veces se emociona con la idea
de un nuevo día
que empieza.
Pero otras, aunque la hora
de la noche
debería ser más angustiosa,
es al abrir los ojos
y renunciar
a los brazos del sueño
cuando la garra
a plomo
se apodera de ella.
La noche es, ahora,
el terreno de las locas
esperanzas,
de expectativas tan estériles
como infinitas.
Y si no, siempre quedarán
los besos
lentos
del sueño.

Todo, para acabar arrancando el velo
de la Conclusión Última
que se exhibe
descarnada,
impúdica,
irrefutable:
todo lo que hago y deshago,
agito y revuelvo
a lo largo del día,
sólo es para tratar
de que no
existas.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Darkness, more darkness.



y en este monte y líquida laguna,
para decir verdad como hombre honrado,
jamás me sucedió cosa ninguna.
(F. Lope de Vega: Rimas humanas y divinas de Tomé de Burguillos).


Mi noche no es negra ni azul, ni siquiera es
oscura.
Esquinas planas de hormigón y luz
anaranjada,
sombras fugaces y sonidos turbios.
Ecos de versos arcaicos,
antorchas,
que tratan de resonar
en la sombra adulterada.
Luces de avión por estrellas fugaces.
La visión se multiplica, duele al tratar de salir, quiere
reventar paredes.
Pero es inútil, no soy capaz de entregarme
ni al hormigón ni a las estrellas.
Es inútil que me agites por dentro
como a una Ofelia de litros desquiciados y bombillas
de bajo consumo.
No voy a ser yo quien descubra, como otros tantos ya lo hicieron,
que este trance poseedor y entusiástico
conduce siempre a todo para acabar, sin excepción,
en nada.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Escribir


Había olvidado los instantes eternos de pared -dudosamente- blanca frente a la vista, de perpetuo estado electroencefalogramático plano y de la cantidad de chorradas que se pueden llegar a hacer con un boli entre las manos cuando no se sabe ya qué hacer. Pero la mente está bien entrenada, y en seguida comienza a barajar imágenes como si fueran diapositivas cutres para un proyector. Y es lista la maldita... siempre se va a escoger aquellos rincones de la memoria que exceden la mera remembranza visual. Ahí está, todo juntito en el mismo sitio, mirándote burlonamente sabiendo que vas a volver a él, a lo mismo, una vez más. Y es que no te cansas... jugueteas con fuego sabiendo que lo haces, manoseas el peligro con la misma indiferencia que la pluma entre los dedos. Lo sabes, sabes que eso no es -más bien que no fue- la realidad. Pero entonces, si es una creación propia, ¿por qué no vas a tener derecho a rumiarlo? Pues porque -se responde uno mismo uuna vez más- la "creación propia" del pasado puede alterar, y mucho, la percepción de lo que se tiene ahí delante, igual que ahora mismo estás alterando lo que tal vez ocurrió en su momento... y vuelta a empezar, parezco adicta a los círculos viciosos.
-Y de esta forma la principal aportación de la Edad Moderna al arte es la prioridad de la invención de la forma por encima de su ejecución...
Cielos, que estaba en clase. Y no sólo eso: estaba en una clase de la carrera de mis amores, que por fin puedo cursar sin trapicheos ni trucos de libre configuración. Debería estar embebida escuchando, y no sólo eso, sino que ocupo la práctica totalidad de mi energía mental en semejantes idioteces.
Tal vez sea el momento de recordar también un hecho tan simple como escribir. Precisamente empecé este blog porque temía olvidarlo por completo, porque mi novela pedía una segunda parte de la que solamente despuntan algunas partes inconexas y que ahí sigue, con los archivos cada vez más olvidados, cada vez menos míos. Tal vez sea el momento de poder volver a sentir ese poder de recoger toda la porquería que llevo dentro, manipularla, darle forma hasta que resulte algo capaz de dar justificación a su existencia. Nunca hay que menospreciar el poder de una buena catarsis, y estaba olvidando ya lo que antes era un continuo leit motiv para seguir avanzando. Claro que andaba mucho más perdida en rollitos platónicos antes que ahora, lo que no deja de inquietarme: tanta indigestión de cultura para acabar rendida a los instintos...
No es algo fácil, como no lo es nada que merezca la pena. Recordando también experiencias inmediatas, me es imposible no hacer aquí mención al paralelismo con un tatuaje. No voy a caer en el topicazo de cómo se mezclan juntas la tinta y la sangre, simplemente me refiero a que las dos cosas son bastante similares, una a nivel real y otra al metafórico: es algo doloroso pero soportable y el resultado es bello, te sientes orgulloso cada vez que lo ves, pero al palparlo notas la irritación de la piel, una ligera inflamación enrojecida. No deja de ser una herida al fin y al cabo, una herida bella...
Tal vez sea el momento de volver a caminar junto a ese malogrado proyecto de hechicero que no sabe hacia dónde va en un mundo convulsionado por su culpa, porque quiso saber con demasiada intensidad; junto al desmoronamiento del más increíble de los sueños; junto a un sol que no sabe por dónde debe alumbrar... por muy estúpido que suene, el motivo por el que me desentienda de la charla de turno será, con mucho, más interesante.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Lo siniestro en Technicolor






A pesar de la hora, Mitla era un pueblo fantasma. Empezaba a nublarse, además, y revoloteaban, haciendo ruido, los plásticos que cubrían los puestos del mercado. Las pocas señoras que quedaban en la placita nos miraban con recelo, normal. No sabíamos muy bien qué hacer, el yacimiento estaba cerrado por los bloqueos de los maestros, así que entramos a la iglesia, que parece que es algo que hay que ver en todo pueblo. En el interior de la nave, la clásica acumulación de imágenes que nadie sabe dónde meter pero que tampoco se pueden meter en cualquier sitio, véase Cristos yacentes, Vírgenes con pelo de verdad o monaguillos que casi es peor que sonrían. Pero al lado del altar mayor estaba lo mejor: una Virgen de lo más típico, sí, pero bajo ella se agitaba el busto de una mujer entre las llamas del Infierno con la típica contorsión barroca imitada hasta la náusea. A ambos lados de la imagen, alguien había tenido la brillante idea de colocar dos muñequitos (porque a aquello no se le podía calificar de ángeles, ni siquiera de tiernos infantes) pelones, con los ojos del tamaño de pelotas de tenis, portando una velita con lamparilla eléctrica y haciendo un suave movimiento ondulante, ambos a la vez, con la parte superior del cuerpo (essssse, essssse), y todo en el más absoluto silencio. Nos miramos. cualquier comentario habría desbaratado la imagen.
Pero Mitla no sólo nos obsequió con aquella visión (que, hay que reconocer, era la más fuerte). Tras una subida bastante accidentada a una ermita oscura y polvorienta para ver mejor las pirámides, la desagradable sensación de caminar entre toda la basura que había allí tirada. El guía nos explica que son ofrendas de las ceremonias que hace allí la gente, aunque no especifica el ritual. Eso sí, se encarga de señalar con una sonrisilla que tenemos suerte, porque ante nosotros hay desparramados granos de cacao, que es para que a alguien le vaya bien. Porque de lo contrario, podríamos habernos encontrado un pollo degollado. A ver, somos turistas, pero no esperará que nos pongamos a gritar de espanto, que unas cuantas pelis hemos visto.
Además, ya habíamos pasado antes por Xochimilco. Suspensión del mediodía, y el ritmo agónico de la trajinera deslizándose entre chinampas. La luz se cuela a motas a través de la vegetación, entre la que ocasionalmente asoman alguna Virgen de Guadalupe, o la silueta en cartón de Diego Ribera, acechando. A lo lejos se oye alguna trajinera con mariachis y gente de fiesta, pero no muchas, todavía no son horas. El zigzagueo verde se desliza a nuestro lado y, finalmente, se distingue lo que estábamos esperando. Colgados en los árboles, y en alambres entre los árboles, decenas de cuerpecitos de plástico en diversos estados de mutilación y vestido.
-Pero esto es una copia, ¿no? -el tipo del remo asiente en silencio.
Si esto no es más que una réplica en miniatura, no me quiero imaginar cómo será la celebérrima Isla de las Muñecas original. Todo se debe al buen hacer de un individuo llamado Julián Santana, que un día encontró en los pequeños cuerpos de plástico que recogía por los basureros el talismán más efectivo para espantar el espanto de las almas y entes similares que debían rondar por allí en pena.
No creo que sea cuestión de enjaretar aquí toda la información que he ido recopilando después (en cuanto a rentabilidad literaria, es de lo más interesante que he encontrado en mucho tiempo). En aquel momento la conversación derivó hacia los manatíes que introdujeron en los canales para que acabasen con la plaga de lirios de agua -si es que les dio tiempo antes de ser cazados y cocinados por otros depredadores aún más temibles residentes en las chinampas-, y la considerable proporción de gente que se ahogaba en aquellas aguas semiestancas, la mayoría adolescentes en plena efervescencia etílica. Los manatíes son de la especie animal Sirenia, y así se les conoce también por sus particulares cantos. Y de ahí pasamos a hablar de los nahuales, brujos que, al igual que los dioses, tenían la capacidad de transformarse en un animal y que se han acabado relacionando muchas veces con los licántropos... se puede imaginar la efervescencia imaginativa presente en el momento. El orden de las ideas y la búsqueda de información es un paso que siempre se realiza a posteriori, y a la que deberé darle unas cuantas vueltas más. ¡Qué gran material para nuestra tertulia de lo siniestro!
De todas formas, un paseíto por Antropología hace a uno consciente de que las cosas no son más que una evolución natural. Los turistas descubrimos morbosamente encantados la variedad y el refinamiento de los sacrificios aztecas (con esos cuchillos de autosacrificio diario a los que no se privaban ni de esculpirles ojos y dientecillos afilados, o la omnipresente figura de Tlaloc, que exigía lágrimas de inocentes criaturas emparedadas hasta morir para no arrasar las cosechas), la cosmovisión de un sol furibundo que estruja corazones entre sus puños y precisa de un ininterrumpido baño de sangre para poder seguir saliendo. Y, sin embargo, en los rostros irrevocables de aquellas figuras herméticas, de majestuosos tocados, no hay violencia sino esa fascinación paradójica por lo fatal que todos sentimos en un momento u otro. La verdad es que las prácticas religiosas de los aztecas resultan bastante impactantes hoy, pero que alguien me explique si hay una gran diferencia entre los cuchillos para sacrificarse diariamente y un cilicio, o una disciplina, y eso que supuestamente son dioses bien diferentes. Pensar que hay miles de kilómetros en el espacio y en el tiempo de allí a un lugar donde no hace tanto se pintaban y esculpían calaveras con morbosa delectación; donde los Cristos sangran, a las Vírgenes se les atraviesa el corazón con puñales y los santos quedan marcados con los estigmas de la cruz. Cierto que mucho de eso se ha perdido, porque creímos que podríamos alejar a la Muerte con nuestros adelantos técnicos y nuestro progreso; que si la manteníamos higiénicamente aislada en un cajón debidamente clasificado acabaría olvidándose de nosotros. En México se ríen de estas ideas, igual que se ríen en la cara de la Catrina. Allí no han olvidado todavía que esa dama elegante y enjuta se dispone tranquilamente tras un rincón cualquiera, así de simple y de complicado, sencillamente algo más de todo lo demás. Podrá ganar la partida, pero no podrá impedir que su contrincante encare su rostro con una sonrisa.
Con semejantes precedentes, a la artesanía mexicana no le quedaba mucha más escapatoria genética que vestir a sus calaveritas de mariachis, de demonios, de mariposas; de convertirlas en pilar de su fantasía, de llevarlas como ornato, de elaborar dulces a su salud; colocar a la Catrina en un altar junto a Frida Kahlo y la Virgen de Guadalupe, entre fulgores oropelísticos de purpurina. Todo es uno y multiforme, efectista por lo sincero, cromáticamente estridente porque no puede dejar de serlo. La realidad todo el mundo la conoce. Entonces, ¿por qué no dar rienda suelta al continuo fantasear de las apariencias?

jueves, 24 de septiembre de 2009

Kilómetro 0


En ocasiones, a las encrucijadas les gusta confundir a la gente jugando a recuperar el sentido trascendental que ocuparon un día en sus vidas. Saben manejar el caos, la tierra, el sol, para que futuro y pasado se entrecrucen y uno quede sumido en no se sabe qué, un plano donde sólo hay un resplandor cegador y siluetas a contraluz.

El futuro llega con la rapidez y la amenaza de las nubes de borrasca. Confunde y enturbia el aire por dentro, me doy cuenta de que la posibilidad de tantas posibilidades provoca en mí casi tanta angustia como cuando llegué aquí, en primero. Estaba tan perdida entonces... tal vez no sea el símil más afortunado, pero el regusto punzante de no terminar de encajar en ningún sitio y, a la vez, de no encontrar tampoco una alternativa firme, no se diferencia tanto. Todo para darse cuenta de lo mismo, una vez más: no hay normas, no hay sentido. La fe ciega en las capacidades y el trabajo se esconde avergonzada tras cada esquina ante lo que ve. Pero para una misión de semejante calibre hace falta tener fe, algo firme al menos, aunque sea ilusorio. La incertidumbre campa a sus anchas, igual que siempre, junto con un cierto temor... ¿a qué? ¿a defraudar expectativas creadas quizás? Comenzando por las de uno mismo... la mente no consigue comprender que para los demás sigues siendo un extraño, como una de esas tantas sombras que se deslizan a tu lado, ni más ni menos, porque jamás podrán verte por dentro.

El pasado también es una sombra, con la diferencia de que se intuye más bien en lugar de percibirse. Es un chasquido, un violento latigazo interno, pero de ningún modo produce sorpresa. Ejerce un dominio tan absoluto dentro de la mente, que casi se ve como algo de lo más lógico y normal que en ocasiones le dé por salir fuera, a pasear... la viveza de los recuerdos compite con la neblina del porvenir, sin ningún miramiento por el pobre campo de batalla. Mejor no saber, mejor no querer saber, mejor que sea una mera sombra lo que produce el dolor de la constatación de un hecho. Hay que obligarse a recordar las pequeñas batallas vencidas, ahora tan ridículas y miserable frente a la magnitud de todo lo demás.

¿Al final para qué? Para llegar a la misma conclusión de siempre: lo seguro, lo estable, la garantía, acaba resultando un solemne aburrimiento. Ese bichillo inquieto, de peligrosas inclinaciones masoquistas, nos hace ir siempre en pos de lo alternativo, de lo ajeno, del riesgo. Y nosotros nos pasamos la vida creyendo que anhelamos lo contrario. Queremos una existencia tranquila y ordenada, cómoda, con horarios razonables y sin sobresaltos, sin darnos cuenta que el hábito y la costumbre acaban matando. Pero si elegimos la opción opuesta, pasarnos al otro lado, acabamos planteándonos seriamente si podremos soportar psicológicamente semejante montaña rusa.

¿Al final para qué? Para acabar en el mismo punto sin retorno de que es uno el mayor enemigo de sí mismo; el que mayor cantidad de cortapisas se pone a sus anhelos secretos sin ni siquiera darse cuenta. Sometido a una eterna contradicción sin ni siquiera darse cuenta. Nunca. Ni siquiera cuando futuro y pasado juegan a confundirse en las encrucijadas.
P.S.: Lamento haber interrumpido así mi crónica mexicana, pero necesitaba hacerlo. En breve más entradas.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Asociación de víctimas del agua de jamaica.


O algo así se tiene que llamar la asociación que funde, como principal damnificada. Desde que estuve en México, sufro una seria adicción a ese líquido de llamativo color rojo intenso -y efectos diuréticos considerables- que por fortuna (o más bien que para mi fortuna -y la de los cultivadores de hibisco) no se encuentra en España. Es, con diferencia, lo que más echo de menos gastronómicamente hablando: ese despliegue de aguas de sabores que podía encontrarse en cualquier parte, y que aquí resulta bastante exótico. Tamarindo, maracuyá, guayaba, horchata, durazno, guanábana, toronja... y tantísimas otras que no me dio tiempo a probar.
Sin embargo, en lo que a percepciones sensoriales se refiere, tal vez la más arraigada que tenga de México sea el olor de la tortilla de maíz, difícil de confundir. Me imagino que cuando vuelva a oler algo parecido será una experiencia tipo magdalena proustiana. Las tortillas, como no podía ser de otra forma, son algo omnipresente en la cocina mexicana. No sólo en los tacos, sino también en platos más elaborados como los chilaquiles, las enchiladas, las chalupas, las celebérrimas quesadillas o mis queridos sopes. Tampoco puedo dejar hablar aquí de mis adorados molletes de Sanborns (lugar al que pertenece la foto), con sus frijoles y su queso fundido... La nomenclatura no siempre está demasiado clara, es como cuando intenté explicar a Elisa la diferencia entre un montadito, una pulga, una tosta... en cada sitio hacen lo que les da la gana. Pero también hay platos sin tortilla (para fortuna del pobre Simon, que llegó a su nivel de saturación de tortillas antes de abandonar el país), como los innumerables tipos de mole, o los ilustres chiles en nogada, supuestamente creados en Puebla usando los colores de la bandera mexicana como inspiración. Como excusa me parece perfecta, porque están riquísimos, algo así como una versión agridulce de los pimientos rellenos de aquí.

Una de las cosas que me encanta hacer en los viajes es visitar mercados. Me parece una de las formas más efectivas de conocer cómo es un lugar en realidad, aparte del espectáculo sensorial que siempre suponen. Tal vez sea allí donde haya tenido la sensación más intensa de estar en otro continente, por la increíble cantidad de cosas diferentes y desconocidas que pude encontrar, desde el maíz de diferentes colores hasta las flores de calabaza, el quesito de Oaxaca (mmmm!) ¡o los chapulines!; tuve mis reparos para probarlos, pero en realidad no resultan algo tan asqueroso, incluso están ricos con su tortilla y su guacamole. Sin embargo, la sección que más me gusta siempre es la de las frutas, tal vez por el espectáculo de colores y formas. Y aquí todo un universo tropical se abre ante los ojos del no iniciado: papayas de tamaño pantagruélico, mangos que se deshacen de puro dulce, melones anaranjados, las tunas que no llegué a probar... no merece la pena detenerse en descripciones si el resto de los sentidos no participan. También resulta increíble la cantidad de puestecitos callejeros donde se puede conseguir algo caliente a cualquier hora del día, sobre todo elotes -otra de mis asignaturas pendientes- y los tamales, una especie de masa de maíz rellena de casi cualquier cosa y envuelta en sus hojitas de mazorca. Mi preferido era el oaxaqueño, y siempre con elote, que es como el chocolate espeso de aquí, pero también de más sabores (el recuerdo del elote de cajeta, el dulce de leche de allí, es demasiado doloroso si no se tiene cerca).

Tal vez una de las imágenes más entrañables que tuve en mi viaje fue el descubrimiento de las gorditas de iglesia, tras un desayuno inenarrable cortesía de los tíos de Elisa. Las gorditas de iglesia -como su propio nombre indica- sólo se hacen en las puertas de las iglesias, y son tan sencillas como pedacitos de masa puestos a calentar sobre un hornillo, hasta que quedan tostadas. Aquél era un día lluvioso, y el paquete de gorditas calentito no pudo dejar de recordarme a los cucuruchos de castañas perdidos en otoños remotos de la infancia. Sin embargo, en cuanto a dulces, uno de los mayores descubrimientos fue el pastel tres leches, ¿cómo es posible que en España no haya algo así? Espero que sea simplemente que todavía no lo he conocido, porque eso sí que no tiene ningún ingrediente exótico. Sólo diré que es de esas cosas que te comes muuy despacio, con todos tus sentidos puestos en ella, y cuando se acaba parece que hubieras estado en otro mundo mientras la degustabas. Sin embargo, la estrella son los dulces enchilados, que allí devoran desde la más tierna infancia, es un entrenamiento duro el de los paladares (y los tractos digestivos) mexicanos... la prueba de fuego para todo foráneo es el Pulparindo, tan habitual como aquí los regalices, sólo que en este caso se trata de dulce de tamarindo salado y enchilado, toda una experiencia vaya. Si el peculiar sabor te gusta, es que podrás sobrevivir en el país, si no... mejor que vuelvas a cruzar el Atlántico ;). La verdad es que el tema de la gastronomía me llegó a abrumar, sobre todo en Oaxaca, el templo de la cocina mexicana, cuya estancia recuerdo como una sucesión de probar cosas y más cosas. El gran problema, el más grave, es que está todo rico, y todo el mundo se desvive por que pruebes lo que ellos consideran el non plus ultra de sus delicatessen. Viéndolo desde ese lado, tal vez estuviera bien no quedarme más de quince días, puede que si no cuando volviera a España no cupiera ni por la puerta de casa ... ¡y tan a gusto!.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Favor de no hacer base.


No era la primera cosa en mexicano que me extrañara, pero el letrerito clavado en un árbol de Chapultepec con este mensaje me dejó muerta. Santo cielo, es mi propio idioma, y no tengo ni la más remota idea de lo que me está diciendo... menos mal que mi intérprete-filóloga de lujo me aclaró que allí los taxis suelen crear paradas cada vez que hay un evento en algún sitio, y que el cartelito en cuestión advertía precisamente de eso, de que no hicieran base, si las mismas palabras lo dicen. Las diferencias en el idioma a ambos lados del océano han dado para tratados y tratados de eminentes lingüistas, me ha tocado padecerlos en una cantidad considerable, y la sola idea de volver sobre un tema tan desgastado me mata de aburrimiento. Sin embargo, hubo algunos casos divertidos que surgieron de forma espontánea. Tal vez el más extremo sea el del título, pero ocurrieron en tal proporción que ni siquiera recuerdo ya muchos de ellos.

Para empezar, lo primero de lo que te das cuenta en cuanto llegas a México es que no coincide ni uno solo de los nombres que se les dan a las cosas en España. Evidentemente, se acaba deduciendo por el contexto en la mayor parte de ocasiones (y el doblaje de los dibujos animados antiguos ayuda mucho), pero da la risa al comprobar que no vas por la acera, sino por la banqueta; que no llevas puestos pendientes, sino aretes; que no vas a buscar agua al frigo, sino al refri; que no dejas algo en el suelo, sino en el piso; que no conduces sino que manejas; que no aparcas sino que estacionas; que no bebes sino que tomas ("si tomas no manejes"!!), y así podría seguir haciendo memoria. Tal vez el que más curioso me resultase fue el de "bloqueador" por el de "crema de protección solar", o similar, en mi cabeza se forma la imagen de la crema formando una especie de muro sobre el brazo indefenso ante los malignos rayos solares :). ¡Elisa, deberías hacer todo un glosario, estoy segura de que eso te encumbraría a lo más reputado de la filología hispánica ;)! Otra cosa muy graciosa es el empleo de los masculinos y sus correspondientes femeninos, que no varía mucho del castizo español peninsular. Aquí algo es cojonudo si está genial, pero si no es un coñazo. Allí la cosa está padre si va viento en popa, pero cuando algo acaba resultando un canteo monumental es que no tiene madre -sobre la palabra madre en México también habría que crear una entrada aparte, cómo te vas a poner, Elisilla-. También acabamos deduciendo que "madrazo" equivale al contundente "ostión" hispánico, pero allí los ostiones son un marisco por lo visto bastante suculento, así que, sintiéndolo mucho, los de este lado del Atlántico no podemos evitar la risa cuando vemos que hay ostiones disponibles en tiendas y restaurantes. También me moría de la risa cuando comprobé lo bien que había conseguido inculcar el significado de la palabra "capullo" a mis queridas colegas mexicanas, que llegaron a emplearla con suma destreza. Nunca me hubiera imaginado que "capullooooo!!!" pudiera llegar a sonar tan español. Me temo que no podremos evitar que los insultos de aquí les suenen inevitablemente graciosos, de la misma forma que yo tampoco puedo evitar que el "chinga a tu madre" me suene a manera fina de decir algo muy gordo.

Otra parte que hay que aprender a manejar cuanto antes son las palabras más habituales del vocabulario propio. Si dices "cutre" nadie te va a entender, el equivalente es "chafa", al igual que los pijos son fresas, y la joya de la corona: el concepto de lo "naco", un mundo aparte. El equivalente más próximo que tiene y que yo conozca es "hortera", pero me temo que el concepto es más amplio y complejo, algo casi tan inasible como lo "friqui", si me apuran. Creo que ese concepto llegué a captarlo bastante bien, mi orgullo era cuando Elisa tenía que explicar que esa palabra no se usaba en España para que quedase patente mi adaptación al idioma. Y luego ya para el Máster queda la jerga autóctona del DF, el celebérrimo chilango. Para los que sientan curiosidad por ver como suena, recomiendo la canción de Café Tacuba con la que me inició Elisa en el slang. Creo que lo que se siente al oírlo es muy parecido a lo que sentí con el letrerito del principio. ¡Pero prometo que la próxima vez que vuelva de allí llegaré hablando, por lo menos, un poquito! Con lo que sí hay que tener mucho cuidado es con cosas que puedan significar lo contrario en ambos lados. A mí sólo me pasó una vez, y fue con "burrada". En España significa un mogollón brutal de algo, pero en México significa lo contrario, una cantidad nimia. ¡Atención a esto, mexicanoespañoles! Seguro que hay unas cuantas más, con su correspondiente recua de anécdotas divertidas.

No acabaría en la vida si me dedicase a comentar las interjecciones, exclamaciones y demás manifestaciones espontáneas que aquí pueden resultar curiosas, y que contribuyen a formar esos topicazos nacionales que son como las leyendas: tienen una base real pero acaban siendo una bola tremenda. Lo que no quiero obviar es el trato en general. Ya desde la zona de Migración del aeropuerto me demostraron por qué a los españoles suelen considerarnos bruscos, cortantes y bordes en general (y hablamos "golpiado", como diría un antiguo profesor). Ante la expresión de furia intensa que se me debió quedar cuando me enteré que debía rellenar oootra vez el formulario de aduana, la agente, con toda calma, me facilitó otro y me reservó mi sitio en la cola, como si no hubiera pasado nada. La verdad es que resultó bastante cortante, y me lo merecí. Otro detalle que me resulta entrañable es el de que allí se salude uno con un solo beso en la cara. Entrañable porque aquí sólo te saludas así con tus padres, o con la familia y gente de absoluta y extrema confianza. Allí es así para todo el mundo, igual que para todo el mundo hay abrazos afectuosos, aunque apenas te conozcan. Tal vez las fórmulas de cortesía resulten un poco abusivas y empalagosas en ocasiones, pero también tendríamos que aprender de esa dulzura y ese afecto natural que, al menos yo, sentí allí nada más bajarme del avión. Aunque sólo se quede eso en las formas, y se vea compensado por una extrema susceptibilidad que hace que resulte imposible decir las cosas de forma directa, como tanto nos gusta hacer por aquí.

Y poco más, one more time, mi afán recopilatorio no es exhaustivo. El cartelito de la imagen probablemente sea lo más divertido que pueda encontrarse allí. Para entendernos: ponchar=robar, llantas=lo mismo que aquí. Si se prefiere de otra forma: "Respete mi entrada y yo respetaré su coche", queda advertido para los aventureros que decidan moverse por allí con su vehículo ;).

viernes, 11 de septiembre de 2009

Vanishing


Al volver, Madrid está lleno de fantasmas. Son fantasmas que se aparecen entre la luz, y no con la oscuridad de la noche. Se nota su presencia en las diferentes minihabitaciones de la casa, que huele muy parecido ahora a cuando veníamos aquí sólo de vacaciones, de parque de atracciones y Mc Donalds. Sólo ese olor y los armarios vacíos, con cuatro cosas olvidadas en ellos, conjuran su presencia. No son molestos; simplemente hacen que el tiempo adopte dentro de la cabeza una estructura como de colador: te cuelas por un hueco que no necesariamente conduce a lo siguiente. Si no fuera por ellos, por el sedimento de su presencia, podría haber asegurado que ayer también estuve aquí, pasando calor... las calles se ven diferentes, y no por la considerable proporción de negocios que han cambiado los colores del escaparate, sino por la luz. Simples bloques iluminados. No es ésta la luz habitual de cuando las recorro, y a la vez la preludia. Son las mismas calles pero no lo son, y a la vez me resulta tremendamente fácil verme a mí misma de negro en el relente de la madrugada, a esa hora en la que todavía uno se cruza con los vampiros que se recogen. También me resulta fácil acercarme a mis inquietudes de novata de primero, cuando toda esta caótica variedad, lejos de estimularme, no hacía más que crearme angustia. Ahora ya no, aunque la zozobra sigue estando ahí, como estará siempre. Y nuevo hueco en el colador. Todo lo que se ha vivido no sirve para nada si no está colocado en el mismo lugar que el resto de agujeros, aunque tal vez sirva para una ocasión que ni siquiera puede sospecharse desde el momento, eso nunca se sabe. Mientras el callado estar ahí de los fantasmas no moleste, al menos uno se siente acompañado.

domingo, 16 de agosto de 2009

Mota de polvo


Aunque no sé si es peor
el viejo
regusto,
ya casi pátina;
la herida
compañera de lo
perpetuamente insatisfecho;
el manoseo de un mínimo
recuerdo,
o la anterior angustia, apenas conocida;
la zozobra;
los desvelos con lo que tienes delante,
no se vaya a quebrar en pedazos.

Ya no existe todo aquello:
rabia
como el latir de una encía inflamada,
como una cuerda que tira
desde dentro
y escuece hasta el rabillo del ojo;
obsesión por cada mota
de polvo, porque desapareciera,
sin querer reconocer que las motas de polvo dentro de la cabeza
producen larvas.
No fue.

Enjoy the silence en esta larga noche, no queda otra.
Tú ya sabes bien
desgañitarte hacia la luna. No será difícil
una vez más.
Qué tendrás si no, aparte del peso
del vacío,
de echar a andar a toda prisa
tras haber pisoteado la brújula.

Al fin y al cabo, no eres sino un continuo
intento
para cubrir en nombre
del pudor la pregunta
que hasta un niño se callaría
por vergüenza.
¿Por qué a los demás sí

y a mí no?

domingo, 2 de agosto de 2009

Descubriendo a la Catrina.












Bueno, y doscientas cosas más. Con la excusa de mi próximo viaje a México, estoy inmersa en la caótica concentración informativa de las guías (me avergüenza reconocer que del país sabía poco más de lo que aprendí en mis asignaturas de Literatura Hispanoamericana). Y buscando buscando, la cabra siempre tira al monte, así que cuelgo algunas muestras de lo que me he encontrado por ahí en el terreno de la pintura, saliendo de Diego Rivera, Frida Kalho y compañía, cuyo talento ya conoce todo el mundo. Siguiendo el orden, las imágenes son de Juan O' Gorman, Rodolfo Morales, Fernando Olivera y, cómo no, José Guadalupe Posada, que tiene gran parte de la culpa de que las calaveritas más estrafalarias sean una de las imágenes mexicanas más típicas. Debo reconocer que el tema del culto a los muertos en México es de las cosas que más me han interesado de lo que llevo curioseando hasta el momento -en mi línea- y una muestra más del maravilloso totum revolutum que impera y triunfa en toda Hispanoamérica. Cómo no, tenía que aparecer mi adorado Pedro Páramo por alguna parte. Lástima que no se pueda ir a Comala...

domingo, 26 de julio de 2009

La batalla de los elefantes.

Podía haber sido la tarde de ayer mismo. Él ultimaba los detalles forrando las bolas de poliespán con un spray para que se quedaran irregulares y pareciesen piedras de verdad. Ella le miraba y trataba de resultar necesaria, de echar una mano en lo que fuera. Se había cargado su camiseta favorita, de París, por culpa del dichoso spray, pero eso en aquel momento era un hecho desdeñosamente nimio. Cuando los demás ya habían comenzado en esa edad a tantear cómo es todo lo de ahí afuera, cómo serían las ventajas e inconvenientes del futuro, ella vivía en un estado de imbecilidad transitoria tratando de amoldarse a los patrones de los libros y poemas, el elemento básico que conformaba su vida por aquel entonces. Había Garcilaso y Luar na Lubre; había leyendas griegas y celtas, Cernuda, amor cortés y conciertos de Bach. Y había, cómo no, el descubrir la novedad de sentirse partícipe en la reconstrucción de las hazañas épicas de sus antepasados, con él... se ocupó de elegirlo bien: tenía que resultar imposible por completo para que tuviera todo su encanto; para que las lágrimas, más teatrales que una columna de cartón piedra, resultaran lo más hermoso de todo. La representación de aquel año tuvo que suspenderse, y los elefantes, las piedras y los "actores" se vieron obligados a actuar al día siguiente, deslucidos por la tromba procedente del cielo, que decidió caer sobre sus cabezas precisamente durante aquella jornada.
Podía haber sido la noche de ayer mismo. Una adolescente trasnochada que había decidido trasladar su adolescencia inexistente a una edad en la que se suponía que había dejado esas gamberradas mucho tiempo atrás, contemplaba embelesada a sus tres admirados vividores, cuyo rodaje esperaba poder acumular en no demasiado tiempo (los ánimos estaban altos, la ignorancia era mucha y, lo que es peor, la necesidad todavía más). Pero, sobre todo, allí estaba él, él que dio sentido no sólo a aquel verano, sino a toda su existencia durante los cursos siguientes, puesto que fue su imagen la que le dictó cuentos, dibujos e, incluso, buena parte de alguna novela. La misma imagen que hacía que poco importasen las preocupaciones y el hastío de la rutina si le daba por aparecer a la vuelta de algún pasillo. Había que recuperar el tiempo perdido a toda costa; por fin se había dado cuenta de lo realmente importante en esta vida y había que currárselo, había que buscar para encontrar. Ya estaba harta de torres de marfil y de vivir sólo en un espacio que, creado a partir de palabras y notas musicales, no existía realmente; los efectos prácticos imponían su dominio. Fue un gran verano lleno de macarreo, música heavy y montañas rusas emocionales. Pero sobre todo fue grande por los cambios que a partir de él se sucedieron, si bien no todo lo rápido que ella hubiera querido.
Este año volvía a tocar representar la batalla de los elefantes. De nuevo este año no pudo realizarse, por una serie de motivos diferentes a la vez anterior. Hace mucho que ella se recuerda con desdeñosa simpatía en aquella primera batalla. La otra noche estuvo de nuevo con los tres mosqueteros, aunque él ya no siguiera siendo él, aunque nada pudiera ser igual después de todo lo que ella había vivido en los últimos meses. Volvió a escuchar con afecto la enésima versión de sus correrías legendarias, presenció con cierta pena cómo iban decayendo víctimas del alcohol y del peso de su experiencia. Pero desde la distancia, siempre desde la distancia del que ya no espera nada (al final van a tener razón estos malditos estoicos). Y es entonces cuando ellos le concedieron toda la atención por la que suspiraba cuando perdía el culo por un simple comentario suyo. Y no podía evitar una sonrisa indulgente recordando a aquella chica, al fin y al cabo no tan lejana. Y la sonrisa no se volvía tan indulgente al comprobar la voracidad de un nuevo cumpleaños tras otro, de los recovecos por los que se enredaba la vida sin ni siquiera darse cuenta.

miércoles, 22 de julio de 2009

La chambre bleue.





























Aparte del siniestro cuento que me inspiró (lo puedo pasar a quien le interese), la terrorífica estancia donde tuve el privilegio de dormir una nohe de mi tournée francesa también dio para unas cuantas fotos gamberras. La verdad es que no le hacen justicia, hay que cambiar mentalmente el flash por una luz tipo Los Otros, apta para fotofóbicos, el olor a muebles viejos y el rechinar de suelos y alfombras... añado también algunas fotillos más para darle algo de ambiente. Desde luego, si alguien está pensando en organizar una partida de roll, ouija o similares y no le importa que el lugar pille un poco apartado, es el sitio ideal: un antiguo molino reconvertido en habitaciones, pero conservando el mobiliario (con siniestro album de fotos de antepasados y todo)... terrorífico y fascinante a la vez. Si una noche en blanco vale un cuento, no podía merecer más la pena.

sábado, 11 de julio de 2009

Ya estamos todos.

Qué distinta suena la misma música en dos lugares diferentes. Da igual que sea el gamberreo de The Creepshow o mi nunca suficientemente idolatrada Sonata. Han sido muchas semanas de correteo por las praderitas transformadas en secarrales de la Casa de Campo como para que las canciones recuperen ahora su sentido, entre los álamos del río, los riscos y la querida cuesta del Castillo. Todavía no he podido subir a Numancia, y por eso es todo aún más raro. Es como si hubiera caído aquí en medio cuando todo el mundo se halla inmerso ya en el Verano. Todo vuelven a ser paletines y montones de tierra por dentro de los calcetines, y yo todavía no me he enterado. Todo vuelve a ser campos infinitos, cielos inmensos y hierbajos; sólo hay que preocuparse por cavar y limpiar las piedraso, en mi caso, por que el barro quede bien centrado en el torno para elevarlo como si se recitase un conjuro. Se comparte todo: el sudor, las risas, los momentos de muerte intensa por culpa de la resaca... y no hay nada más. Es de las escasísimas veces en las que uno puede pensar, como diría el maestro Guillén, que el mundo está bien hecho.

martes, 30 de junio de 2009

On the road.


Pues a lo tonto, como en todo, llega un año mas el momento del exilio, esta vez mas tarde y dolorosamente que nunca. Nunca habia aguantado en Madrid hasta el mismisimo julio, nunca me habia dado tanta pena dejar a la gente de aqui. Las cosas llegan sin pensar: el ultimo finde con los amigos, las despedidas, el volver a meter el armario en la maleta... y sin pensar pasado mañana estare partiendo para Francia one more time, y sin pensar estare currando otro verano mas, inmersa de golpe en la voragine de Numancia con mis niños (ayyy angelicos), mis queridos maestros artesanos, mis lecturas de guiones y dibujos de movimientos en la pizarra que nunca llego a captar, los atardeceres sobrecogedores alli arriba, junto a las torres de la muralla, los amistosos encontronazos de guerreros numantinos y romanos que se dejan llevar por la emocion del momento, los topillos, las piquetas, las carretillas, los callos, las agujetas en los riñones, la tierra que se mete en la nariz, en las orejas, en el pelo y no sale del todo con la ducha; la crema para el sol que brilla por su ausencia... aburrirme este año no me voy a aburrir, para eso me han encomendado amablemente un trabajo de investigacion del Master que tengo que solucionar para septiembre. Asi de entrada parecen muchas cosas, y siempre se pasa sin sentir. Espero que, con su existencia paralela en el blog, puedan durar un poco mas.

jueves, 25 de junio de 2009

...esto iba de ilustradores.





No es que me preocupe en exceso, pero la cantidad de tiempo que llevo sin escribir, ni siquiera un miserable cuentecillo, empieza a ser algo alarmante. No me queda más remedio que consolarme, como otras veces, con la idea de que hay épocas en las que se vive y épocas en las que se escribe, yo por lo menos no soy capaz de hacer las dos cosas a la vez -o en poquísimas ocasiones. Digamos que hace falta un poco de tiempo para filtrar las cosas y poder hacer con ellas algo que merezca mínimamente la pena. Tiene Millàs en su ultimo libro una definición sobre la escritura que me gustó bastante: dice que escribir es como el bisturí eléctrico que tenía su padre: abre la herida y la cauteriza en el mismo instante. No sé si sera siempre así pero cuando sufro o estoy triste me ayuda bastante la idea de que habrá merecido la pena si resulta literaria o artísticamente rentable. La verdad es que estoy atravesando una época bastante confusa -bastante reveladora también, supongo. Al final, todo es tan desalentadoramente sencillo como una continua zozobra entre la realidad y el deseo. Entre cómo son las cosas, cómo se espera que sean, lo que la mente sabe perfectamente pero el estómago se empeña en no seguir e ir a su aire... cuánto cuidado hay que tener con lo que se desea. Si he aprendido algo de todo lo que he vivido es que las cosas nunca salen como uno las espera. No digo ni mejor ni peor, sólo digo diferente. Y admiro a la gente que consigue dominar lo que siente a través de sus pensamientos, aunque sea en parte, porque a ese respecto sigo sacando cero patatero. Hay muchas cosas que me aguanto por seguir mi manera de pensar, pero eso no me evita el sentir cosas de las que en no pocas ocasiones me avergüenza. No es fácil la libertad tal y como yo la entiendo, es decir, el poder elegir un camino por voluntad propia y el tener el aguante suficiente para seguirlo, aunque eso conlleve el tener que aguantar un montón de cosas que no molen tanto...
Pero en fin, que ya rayo, lo que quería era hablar de los ilustradores que descubrí en París, allí donde hay centenares de metros cuadrados dedicados a los comics y venden postales con ilustraciones que fueron la ruina de mi presupuesto. Vi muchas cosas interesantes, pero sobre todo me gustaron dos de ellos: Nicoletta Ceccoli y Benjamin Lacombe. Si tecleáis sus nombres y .com sale su página, bastante apañada en ambos casos. Los dos tienen un estilo bastante afín, ese aire nebuloso y onírico en el que no naïf y lo siniestro se fusionan como si nunca hubieran sido dos cosas diferentes. Los que me conocen un poquito ya sabrán que cuanto más sutil sea lo malrollesco, más me gusta. Y a las ilustraciones de estos dos se les pueden dar vueltas y vueltas... un granito de arena más para el mundo interior de uno. El tipo de dibujos con el que se cogen las depresiones de nivel artístico propio tan a gusto, jej. Pues hala, a disfrutar.

sábado, 20 de junio de 2009

Gris

Un alba grisácea se
arrastra enre las
rendijas de la
persiana,
y todo pesa y es oscuro,
como un templo
polvoriento.
Se perfila
tu silueta, apenas una línea
sumergida entre las sombras.
Una larga horizontal con ángulos
aristados,
firmes, sin concesiones
perdiéndose hacia el horizonte.
Y el latir del corazón junto al oído.
Te tengo tan cerca
que mis ojos no aciertan
a verte,
sólida sombra de ángulos afilados
que respira constante,
pausada.
Tenues
olas en el mar
de la sombra.
Sin embargo, el polvo grisáceo de
siglos de amaneceres
sin sueños
cae a plomo sobre mí, sobre ese punto de adentro
refugio del péndulo de la angustia.
Tenaza de unos brazos que te abarcan,
que se aferran a tu cuerpo
sin poder alcanzarte;
de que repiras junto a mí, lío
de cuerpos entre sábanas
abrazadas,
sin poder tenerte.
Qué lejos, qué lejos estás ahora, entre el humo
gris
indeciso y vago.
Cómo ahoga la impotencia, gris
entre gris,
hasta volver insensible al cerebro.
Diafragma,
sólo diafragma atenazado.
Te abrazo con doble lazo
y no consigo abarcarte;
mi boca llama a tu piel,
territorio
ahora de sueños lechosos que se cuelan
como nubecillas
en la mente,
y que nadie recordará,
pero harán
sentir
su sombra.
No hay tonos de alarma posibles
para despertar
en esta hora de la
angustia,
que anuncia,
callada y sorda,
que no será mucho mejor
el exhausto amanecer.
Te me escapas,
arena grisácea entre los
dedos
a la hora de la sombra.
Te me escapas en un aura
de reposo
y me dejas,
a solas con mi angustia
planeando
en la otra esquina.

jueves, 18 de junio de 2009

...la boheme





I'm feeling weak today,please don't crush me, I keep on walking far away, I keep on rolling all in vain, I'm feeling slow today, so don't rush me, we live this wretched serenade, you keep me playing anywayyyy.... y peazo de estribillo, que grandes. Hay momentos en los que te entra la duda de si la gente valora en su verdadera dimension lo que tiene, de si tus palabras han sido realmente escuchadas... y esa duda llega por la noche a tu cerebro como podrian hacerlo un puñado de carcoma, o de termitas. Al principio es un nidito miserable, nadie se da cuenta ni de que existen, pero ellas comienzan su trabajo. Se mueven dejando una estela de garabato negro, o una huella lechosa, y alli por donde pasan depositan sus larvas, que se retuercen en su envoltorio transparente queriendo mas, siempre mas. Y cuando te quieres dar cuenta, la angustia te ha invadido de tal forma, son tantos los pensamientos oscuros que estan ahi, alimentandose compulsivamente para crecer, que tu cerebro se anula. Solo tocarlo y se desharia en miles de particulas de polvo. Y tu rezas para que llegue pronto el dia, porque las cosas siempre se ven de forma diferente por la mañana, pero el dia no te trae demasiado consuelo, solo te recuerda la lista de tareas que vas a tener que desempeñar hoy, mientras tu cerebro sigue ahi, en constante peligro de que sus incontables agujeritos acaben ocupando mas superficie que el mismo... no se, la verdad es que quien no haya vivido algo asi dejara de leer justo en este punto, pero cuando se han perdido la confianza y la ilusion en algo cuesta mucho recuperarlas, por mucho que no se tenga motivo aparente para hundirse. Por eso hoy me apetece hablar de Paris, porque es el arma mas luminosa con que cuento en estos momentos para combatir el arreciar de la inquietud y la zozobra.
Bueno, en realidad no me he acabado de explicar; de lo que quiero hablar es de mi viaje relampago a Paris hace poco mas de una semana, creo que un recuerdo asi se lo merece. Cierto que tenia muchas ganas de volver a ver la ciudad despues de tantos años, y tras haber cambiado tanto, pero tambien es cierto que casi tenia mas ganas de ver a Lara, mi anfitriona, despues de un año entero sin apenas contacto, saber como estaba y conocer su vida de Erasmus alli. Creo que una de las cosas mas bonitas que tiene la amistad es que, cuando estas en sintonia con una persona, no importa el tiempo que hayas pasado lejos; te encuentras con ella y la conversacion surge con tanta espontaneidad como si la hubieras visto el dia anterior. Lara me acogio en su buhardilla bohemis en pleno Barrio Latino, comme il faut; no se me ocurre mucho mas que decir que, sencillamente, ha sido uno de los espacios que he idealizado durante toda mi vida. Una buhardilla donde refugiarse, inspirarse, asomarse al tejado... porque lo mejor queda enmarcado por la ventana: los tejados de Paris, la imponente cupula de Val de Grace, la tour Montparnasse y, como no, la punta de la torre Eiffel: el vasto reinado de los gatos y las palomas, de las nubes y las estrellas, ante los ojos de uno. Y en fin, que me estoy enrollando como una persiana. Pude conocer Paris a pie, que es como realmente se conoce una ciudad; pude percibir la plomiza capa de siglos de historia que aplasta con su peso a cada edificio; pude ver un movimiento y una vida por las pequeñas calles que, conociendolas tan someramente como es el caso, resulta tremendamente facil de idealizar; pude descubrir rincones y tiendecillas portadores de objetos tan singulares y llenos de encanto que no tiene sentido hacer mayores descripciones; pude recordar como, en contadas ocasiones, la globalizacion puede ser positiva al permitirme saborear el te denso de una mezquita, el carcade egipcio extrañamente dulzon y agrio a la vez, el sushi japones, las genuinas crepes francesas (como no), o el mejor pastel de chocolate que he probado en toda mi vida, cortesia de Martin.
Asi, mis pocos pero intensos dias transcurrieron entre fachadas blancas con altos tejados de pizarra oscura, explosiones de flores y fruta en cada esquina, estrellas y duendecillos colgantes, papeles japoneses, ilustraciones de echarse a llorar (tendre que crear otra entrada para hablar un poco mas despacio de este tema), aromas de otros lugares, pasillos de museos cuyas piezas mueven algo dentro de ti sin saber por que, videos frikis del youtube y, claro, los litros y litros de te de jazmin que Lara tenia siempre dispuestos para que los conversaramos, sin prisa, porque teniamos mucho que contarnos (todavia no me habia enterado que tenia un blog :( ). Y asi se escaparon los dias, arañando horas al sueño y sin pensar demasiado. Siempre se queda uno con ganas de mas, no puede ser de otra forma, aunque eso de que las cosas terminen cuando todavia no han podido decaer victimas de la rutina tiene su encanto tambien. Desde luego, aterrice en Barajas con una vision diferente de mis problemas. Pude verlos desde fuera, me senti escuchada y conte con buenos consejos. Creo que no se puede pedir mas y que tampoco es muy conveniente que siga dando la brasa con el tema; pero ahora, cuando me siento sola o me agobian mis insignificantes y destructivas rayaditas mentales, imagino una mesita con pluma y papel junto a una jarra de te y una ventana inclinada por la que se ven los tejados de una ciudad que, al fin y al cabo, solo existe en la imaginacion y, en fin, no es que se solucione nada, pero al menos por un momento me dan ganas de sonreir. En fin, que ya termino, simplemente darles las gracias una vez mas a Lara y a Martin, creo que les debia algo asi a pesar del toston que acabo de dar.

lunes, 15 de junio de 2009

Por algun sitio se empieza


Comienza esa extraña epoca del año sin personalidad definida, que acaba adoptando la forma de las vivencias con las que se llena. Tal vez sea porque el verano es el unico momento del año en el que, al menos en mi caso, no se permanece atado a un sitio ni a una rutina en concreto. Pero es como una nebulosa que esta ahi, y que nunca resulta como uno habia planeado (para mejor o para peor). Tras la todavia mas extraña epoca de transicion entre la desaparicion de las clases, la llegada de los examenes y la relajacion -y aplatanamiento- progresivos, por primera vez en mucho tiempo no tengo la sensacion de finiquitar completamente. Todavia tengo que solucionar un trabajo gordo que ni siquiera se como plantear, y no creo que el momento reuna las condiciones mas idoneas. Siempre surge algun plan y, si no, esta uno tan rayado y aburrido que ve emprender cualquier accion como el peor de los suplicios. Dejare ademas de poder charlar y pasar buenos ratos con la gente que da al curso su principal encanto, y de eso uno no se da cuenta al principio, hasta que comienza a preguntarse a que se debera esa sequedad interna que le incapacita el llevar a cabo cualquier iniciativa. Si a esto se le suma el atascamiento profundo que llevo con la segunda parte de mi novela y los consiguientes meses sin escribir nada, no he encontrado otra solucion mejor que crear un blog. A mi me servira para practicar y para desahogarme y quien sabe, puede que a alguien le interese. Veremos.